Tienen buena pinta y mejor sabor. Bien cuidadas, yo diría incluso que
mimadas, son hermosas como la tierra en que se crían.
A su vera, y paladeándolas, nos hemos juntado para descansar, siguiendo
el consejo evangélico: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6, 31a). Descansar sí lo hemos hecho; pero sin holgar, que
en esto no hay paréntesis que valga. Siempre que los pastores se reúnen, las
ovejas están por medio, aunque dormiten en los apriscos.
Las uvas de la casona jesuítica han
contemplado nuestros paseos entre reuniones, reflexiones, programaciones,
divagaciones, sugerencias, aportaciones, invocaciones, celebraciones y
aclamaciones, sin olvidar las propuestas ni las oraciones. No han faltado las
preguntas y los grandes interrogantes. Sí las soluciones. Habrá que
encontrarlas. Pero no debajo de esas parras, sino en otros viñedos.
El mío lo tengo por ahora invadido. Entre
vigas, máquinas, edificios que parecen ruinas, escombros y chatarra nueva que
utilizaremos de sombrero, mis uvas engordan mucho peor cuidadas que las de
aquella santa casa, pero… en absoluto desatendidas. A buen entendedor…
Lo que más deseo en este momento es que no llueva. ¡Cielos, por favor, mantened
cerrado el grifo unos días más!
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