Un corazón que late en silencio


La confianza era total. En cualquier aprieto se le invocaba –Corazón de Jesús, en Vos confío–, y al salir de él, tras un suspiro, con el pensamiento y/o con la palabra brotaba de natural el agradecimiento, Gracias, Corazón de Jesús. Era envolvente su presencia, y no siempre consciente. Estaba, pero no se le veía. Incluso su imagen fijada en la puerta de entrada se daba por supuesto, pero casi nunca nos dirigíamos a ella tanto al salir de casa como al regresar.
La imagen disforme en el pináculo de la catedral, dominando la ciudad entera, era invisible cuando desde el alto del cerro San Cristóbal o desde el borde de Torozos se nos ofrecía en plenitud todo el caserío. Pero nadie dudaba de su presencia. En mi familia éramos de San José, pero aquí el Corazón de Jesús es lo más. Su basílica es buena prueba de ello. Toda religiosidad vallisoletana pasaba y sigue pasando, tarde o temprano, por el Santuario.
Por eso en cuanto me lo traspasaron lo situé ahí, en lo alto, frente a la puerta, tanto para dar la bienvenida como para despedir. Esa imagen tiene historia, pero sólo se trasmite off the record.
No podría decir si quienes entran levantan la vista o la bajan. Pero no se trata de ofrecer alternativas, ni de tentar al personal. Es simple casualidad que debajo tenga el pan recién llegado, cuyo olor espolea los sentidos más primarios. A él no creo que le importe y considere un desplante pasar desapercibido. Es su oficio, bombear calladamente para que todo el conjunto viva. Es un corazón silencioso, como cualquier otro corazón. Y por muchos años.

CRISTO TODO EN TODAS LAS COSAS

Señor Jesucristo, Palabra eterna del Padre y hombre verdadero, te adoramos. Sé Tú siempre el misterio vivo de nuestra fe y de nuestra vida, que se funda en esta fe: Sacerdote eterno y oblación perenne. Sé Tú mismo nuestra adoración del Padre en espíritu y en verdad. En ti y contigo sea nuestra vida el servicio del Dios Infinito, Tú, sacramento del servicio de la divina majestad.
Vida de los hombres, fuente de la gracia, sé Tú mismo la vida de nuestra alma, la vida que nos hace partícipes del Dios Trino. En ti participamos de tu vida, sacramento de la vida sobrenatural de nuestras almas.
Salvador de los pecados, vencedor misericordioso de nuestros pecados y debilidades. En ti quisiéramos vivir para que tu amor fuerte actúe poderosamente en nosotros, el único amor que es poderoso contra todo pecado ahora y siempre. Por ti y para ti presérvanos de todo pecado, sacramento del vencimiento de todo pecado.
Vínculo de caridad, símbolo de unidad. Déjame estar unido en ti con todos aquellos que Tú me has mandado amar. Haz que todos nosotros te pertenezcamos cada vez más. Así estaremos también cada vez más unidos unos con otros por ti, sacramento de amor verdadero y de comunión.
Vencedor en el sufrimiento, Redentor crucificado. En ti queremos superar todas las horas oscuras. Haz que todo lo que nos sucede lo aceptemos como participación en tu destino, para que se convierta para nosotros en camino hacia la eterna luz de la Pascua, por ti, sacramento de la comunión en el dolor entre ti y nosotros.
Señor de la gloria eterna: haz que miremos siempre con fe y con valentía tu vida eterna. Sea tu cuerpo para nosotros, cuando te recibamos, prenda de la gloria eterna. Sacramento de vida eterna, concédenos el último deseo de nuestro corazón: el poder contemplarte sin velos tu rostro y adorarte a ti con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 61-62]

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