“Tanto, que casi no es. Una
“tontá” que diría alguien que yo me sé. Una minucia, una quisicosa, una pampirolada…
Tal menudencia, sin embargo, me ocupa un tiempo cavilando por ver la manera
cómo la resuelvo.
En este lugar hemos apañado sillas
de todos los lugares imaginables, con estilos, formas, colores y materiales
variopintos. Ya lo dije aquí alguna vez.
Ahora tengo que encontrar doce
sillas que no den la nota. Que sean discretas en su diversidad, ya que en
igualdad no pueden competir, y que sintonicen con el momento que vamos a
celebrar. En esto estoy, en dar con ellas.
Una primera comunión requiere unos
mínimos. También unos máximos, no nos vayamos a pasar”.
Así empecé un escrito que luego decidí no publicar. Un asunto tan baladí
no merecía gastar tinta para explicarlo. Sin embargo, como otras tantas cosas
que suceden, ocupan un tiempo en la vida de las personas. ¿Qué me voy a poner?
¿Cómo voy a ir? ¿Por dónde empezaré a hablar? ¿Qué haré hoy para comer? ¿A
quién recurriré para que me lo solucione? Son esas tareas que no tienen rutina
fija, y hay que construirla sobre la marcha. Si no llegan a preocupar,
requieren sin embargo atención, reflexión e incluso comprobación. Y en ponerme
esto y quitármelo para colocarme lo otro puede discurrir un buen rato si el
asunto se repite unas cuantas veces.
No ha ocurrido así, y he tirado por la diagonal. Las primeras que
pesqué, ésas han valido. Y nadie ha reparado en si hacían juego o resultaban
asimétricas. Cuando lo que importa de verdad es otra cosa, las menudencias ni
se ven.
El caso es que ya estamos en la mitad, y ha salido todo bien, mejor que
mis temores. Siempre, por estas fechas, los tengo.
Terminamos cogidos todos al micrófono, cantando a pleno pulmón como si
nos fuera en ello la vida. El aplauso fue cerrado y duradero.
Luego una señora se me acercó para decirme que si lo sabe trae su
casette para poner música, que eso fue lo que ella echó en falta.
Una pena, sí señora; una hoja de mano repleta de canciones, una asamblea
que acompañó en todo momento y ella no se enteró de que el medio es el mensaje.
Cachis la mar… Casi seguro que la buena mujer hubiera preferido
flores de plástico, y no del jardín.
Pero ya es sabido que un grano no hace granero. Y en este caso, ni ayuda
al compañero. Entre todos conseguimos una panera entera, a reventar.
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