«Por la mañana brota y florece,
por la tarde se amustia y se seca»

Así se expresa el autor bíblico del Salmo 90 para mostrar la fragilidad de la vida del ser humano. En realidad, de toda vida.
Empieza el poema reconociendo que el Creador es antes de que surgieran los montes, o fueran engendrados cielos y tierra; que puede reducir al polvo todo lo creado. Aún así, Él ha sido siempre refugio de generación en generación para todos los seres vivientes. En especial, los humanos.
Tras impetrar de su magnanimidad que nos enseñe a contar nuestros días para que nos entre sabiduría en el corazón, termina invocando que descienda su dulzura y confirme como obra suya lo que hacemos.
¡Ya es pedir! Que el “polvo” solicite eso, no deja de ser un atrevimiento, una osadía, una auténtica temeridad. Y estamos cometiendo torpezas de ese calibre cada minuto de nuestra existencia.
Estas reflexiones me han surgido al recoger al mediodía el cuerpo exangüe de Codorniz. Con un sentimiento de pena he llevado sus restos al jardín y he guardado la jaula. Con agradecimiento, cenaré esta noche los últimos huevos que me quedan de los veinticuatro con que me obsequió.
Tal vez fuera esta la causa de su muerte, tanto frenesí. El esfuerzo lo aniquiló. Había, sin embargo, saludado a este amanecer de marzo con alegría, y su canto rudo y seco amenizó mi desayuno. Luego, a media mañana, al volver de La Arbolada, lo encontré echado al sol que se colaba por la ventana. Nada hacía presagiar un final tan repentino. Cuando fui a preparar la cacharrería para la comida, lo vi inmóvil, y supe que nuestra relación amistosa llegó a su fin.
Solemos ser previsores, en demasía. Atesoramos mucho más de lo que necesitamos. Calculamos nuestras vidas como si nunca jamás fueran a concluir. Proyectamos cosas que nos perpetúen de por vida, sin caer en la cuenta de que tras nosotros habrá quienes ni las consideren útiles ni las quieran conservar.
No sólo los hombres públicos caen en este fallo. Ese 1% que, según se dice, ha acumulado el 27% de la riqueza total de nuestro país, o ese 10% que se ha apropiado de más de la mitad de nuestras cosas, son igual de fatuos que los faraones que esquilmaron al pueblo, –y no digo su porque no era suyo aunque dispusieran de él–, para enterrarse en imponentes mausoleos donde ahora los encontramos podridos, asquerosos, irreconociblemente reducidos a polvo.
Vanidad de vanidades, dice Qohelet. ¡Ya, pero la vela que va delante es la que más alumbra!
Codorniz ha disfrutado de su corta vida, ha tenido eterna primavera en el crudo invierno, y ha comido cuanto necesitó.  No tuvo descendencia, aunque ella hizo todo lo que pudo, incluso más. Pasa ahora al hoyo que he hecho junto al cedro. Con mi jilguero, mi canario, y Filo, mi perdiz preferida.
Ahora, al terminar de escribir, considero desafortunado el título. Tal vez debería haberme esforzado un poco más para encontrar otro más adecuado. Codorniz no conoció la libertad, nació artificialmente y creció sin tener que buscarse calor ni alimento. Hija de padres desconocidos, su destino era ser abatida en un simulacro de juego cetreril por engalanados cazadores, y su valor con toda seguridad no alcanzó nunca el precio de la pólvora que hubieran gastado. Tuvo la suerte de no pasar por ahí.


1 comentario:

  1. Descanse en paz Codorniz, eso que decís los curas, "polvo al polvo...". De todas maneras no se me alcanza la razón de una muerte tan repentina, tan a lo loco, tan sin avisar... En fin, de estos animales no sé nada, sólo lo que puede leerse en Wikipedia y no veo en ninguna parte que hable de la longevidad del animalit. Será que como están predestinadas para la caza o para el consumo humano no es interesante saber cual es su tiempo medio de vida.

    Lo dicho y que te sea leve. Besos

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