Demasiada prisa por saber qué pasó, cuáles fueron las causas y sobre
quién descargar la responsabilidad. Todo a bombo y platillo, con un despliegue
informativo rayano en el avasalle. Tanta luz y taquígrafos, ciega.
Si ha sido el copiloto, –como parece deducirse de las primeras
averiguaciones sobre la caja negra encontrada–, el autor material de este
accidente y de la muerte de 149 personas, no habrá nada más que decir. Además,
es soltero y sin compromiso. Mejor que mejor. Se paga y asunto resuelto.
No se ha dicho así de claro, pero he percibido como un suspiro de alivio
al descartar que no se ha debido a fallo técnico ni a intenciones terroristas.
Tampoco a circunstancias naturales excepcionales: ni vientos huracanados, terremotos,
maremotos o cataclismos interestelares.
Podría hablarse de “fallo humano”, pero no cuela. Con tanto control, más
que por seguridad por puro miedo, en el remedio mismo se ha dado con lo
imponderable.
Pónganse todos los que quepan en la cabina, hasta convertirla incluso en
el camarote de los hermanos marx. Nada impedirá que aquello, antes que risa,
provoque neurastenia: en lugar de pilotar un avión, se dedicarán a vigilarse.
La desconfianza está servida, pasen, ocupen sus asientos y si les parece
abróchense los cinturones. El factor humano, siempre imprevisible y a ratos
incontrolable, está a los mandos.
(¡Anda que si el copiloto hubiera nacido en la ribera del duero, por
ejemplo, en lugar de en la selecta renania…!)
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