Una carta al viento


Nacido en Londres en 1933, Oliver Sacks vive en Nueva York desde los años sesenta. En sus libros ha ido plasmando las experiencias vividas en su consultorio y así nacieron obras como Migraña, Con una sola pierna, Veo una voz, Despertares y otras, actualmente publicadas por la editorial Anagrama. En una entrevista concedida al diario El Mundo, en 1996, a partir de la publicación de su libro Un antropólogo en Marte, Sacks afirmaba que «lo fundamental es la relación que se establece entre enfermedad e identidad, y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad (...) a veces la enfermedad nos puede enseñar lo que la vida tiene de valioso y permitirnos vivirla más intensamente», afirmaba entonces.
Sacks es neurólogo y escritor, y además enfermo terminal. Debiera constar a partir de ahora en su dni, porque esta circunstancia ha cambiado su propia identidad, tal y como él mismo afirma.
Este señor, inglés resituado en norteamérica desde joven, –ahora la juventud llega hasta los cuarenta–, llevaba una vida entregada al estudio, a sanar y a enseñar con sus escritos, al parecer muy enjundiosos. Conmigo tiene muy poco en común, apenas una sola cosa: ambos nadamos kilómetro y medio a diario.
No sabía nada de él hasta que cayó ante mi vista la carta que publicó en el The New York Times, de la que se hizo eco Clarín hace tres días, y que ha sacado traducida El País hace dos. Ahora le conozco un poco; más me habría gustado conocerlo. Pero hay limitaciones imposibles de salvar.
No me atrevo a comentarla. Tampoco me permito transcribirla. Por pudor, sólo pongo un enlace donde encontrarla: http://elpais.com/elpais/2015/02/20/opinion/1424439216_556730.html
Todos, absolutamente, tenemos fecha de caducidad. La mayoría vivimos en la intemperie y con tanto tiempo por delante, o tan poco, –incierto en cualquier caso–, no sabríamos, de hecho no sabemos, por dónde empezar. Los advertidos, sin embargo, pueden hacer un plan de trabajo/vida y desarrollarlo conforme a sus circunstancias. Conocen el dato, y eso que llevan de ventaja.
No es demasiado si no se aprovecha, pero resulta aleccionador para quienes tenemos la suerte de estar cerca de alguna persona en esa situación con entereza suficiente. Yo soy afortunado, lo reconozco. Está por ver si sabré aprender algo, porque la lección bien me la están dando.

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