La inmutabilidad del ser


Ya lo hace levantando la pata. Alguien diría, ¡cómo tiene que ser! Me refiero a Tano, que hasta ahora se agachaba, y desde lejos no se le distinguía si perrito o perrita.
Luna ha conseguido, por su parte, defecar yendo del ramal. Hasta ahora había sido imposible. Siempre de caza, esas cosas se hacían sobre la marcha, y sin esperar lugar y hora.
Gumi, por el otro lado, echa de menos tiempos pasados y ha vuelto a requerir mimos y zalemas. ¿Regresión?
Confieso que empiezo a dudar cuál es lo que debiera ser, y me constriño a observar y aceptar lo que simplemente es.
Anda el asunto un tanto revuelto sobre lo que política, religiosa o socialmente resulta correcto. Si alguien grita soy así, se le echan encima un tropel. Si la otra vocea no soy de esa manera, tampoco se va de vacío. Y si hubiera quien dijera que es y no es al mismo tiempo, no saldría de rositas.
¡Cómo dices eso! ¡Cómo haces lo otro! ¡Cómo vistes de esa manera! ¡Cómo pasaste de largo! ¡Vaya cura! Porque en efecto, de eso se trata. A cada oveja, su balido. Necesitamos ver, oír, recibir y reconocer lo que ya esperamos de antemano. De lo contrario algo nos chirría.
Es urgente la uniformidad. Que nada ni nadie resalte. Menos aún, levante la pata si debiera ser el brazo. Este mundo planetario requiere que cada quien ejerza lo que representa. Es decir, cumpla con el estereotipo.
Codorniz está cumpliendo: ya lleva poniendo diez hermosos huevos. ¿A cuántos llegará? Según wikipedia bien podría alcanzar la bonita cifra de docena y media. ¿No se miden los huevos con esa regla?

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