Ese armario estorba, sugirió alguien. No hizo falta dar más
explicaciones; tampoco pedirlas. El mueble desapareció. En su lugar “surgió”,
–aunque propiamente habría que decir que quedó a la vista–, una enorme gotera
en la pared. Hacía feo de narices.
No era momento, porque había otras ocupaciones, así que se aplazó sine
die su reparación. La primera ocasión que se ha presentado favorable ha sido
esta mañana: hielo, niebla y… sol. No fue necesario desembalarlas porque están
siempre disponibles. Las herramientas que me dejó como herencia el Zarzuela
estaban esperando. Y el yeso.
Esta mañana he ejercido de ”arbañil”, o “paleta”, como dicen que se
estila titularlo en ciertas tierras. Y pongo la foto de lejos, que los detalles
me perjudicarían. Hay quien las hace y las expone, haciéndose pasar por
profesional. No es mi caso, a la vista está. Sirve, que es lo que me importa, y
encima me divierto.
Digo lo anterior porque han salido críticos de papa Francisco, a
propósito del abrazo silencioso que dio a una niña filipina, Glyzelle, en pública
manifestación. Dicen que pudo decir mucho más ante su pregunta, eterna cuestión,
¡por qué permite Dios estas cosas! Ellos
habrían expresado otra cosa; incluso debería, ya que todo el mundo le escuchaba
además de verlos, haber aprovechado la ocasión para arremeter contra el “statu
quo”.
Y yo añado por mi cuenta: ¡qué buen momento desperdició papa Francisco
para arreglar de una vez por todas el maldito problema del Mal!
Hay chapuzas… y chapuzas. Yo ahora mismo voy a ejercer de fontanero
porque una cisterna gotea. Salgo pitando…
Las paletas y la llana fueron obsequio de Francisco. La cuchilla vino mucho después |
Esto, que se me olvida: Francisco Zarzuela fue un vejete muy simpático,
un poco loco, albañil de toda la vida, que tuvo un final feliz tras una vida
dislocada. No me olvido, él seguro que tampoco.
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