Cuando lo vio, respiró aliviado. Su sonrisa lo delató. La preocupación
no le había abandonado desde que vio cómo lo cogían. Pero ahora…
Aquella mañana, al abandonar el cemento, solté a Gumi para que corriera
a su bola. Y lo hizo. Sin alejarse, sin acercarse, a una distancia prudencial.
Terminado el periplo campestre, justo al volver al adoquinado, Gumi se arrancó
y lo perdí de vista.
Ya volverá, me dije. Pero no volvió.
A la hora, poco más o menos, me llaman. Que hay un perro apresado por la
brigada canina que responde a mi ficha, que puedo pasar a recogerlo. Y lo
recogí, no sin antes recibir unas recomendaciones sobre uso y disfrute de
animales de compañía. Tales consejos fueron recibidos con la diligencia
adecuada a las circunstancias.
¿Dónde dio el cante? En el casetón, a la entrada, corriendo gatos entre
la niñería.
Resulta que en ese lugar existe una comunidad ácrata de felinos que
alguien alimenta y así mantiene a perpetuidad. Nadie lo controla, y no se sabe
bien cuántos individuos/as la componen, ni si están o no debidamente atendidos sanitariamente. Pero un cánido suelto, eso sí que es peligroso. No importa
que muchos niños lo reconocieran porque juegan con él en la parroquia, ni que
el encargado del lugar dijera que ya sabía a quién correspondía su control.
Alguien, demasiado preocupado por su prole, avisó a los municipales. Así fue
como Gumi terminó en el centro canino municipal, alias la perrera.
Este es el relato de los hechos, –parte que yo viví y parte que él completó,– y el pobrecillo
anduvo todo el día creyendo que a Gumi le había pasado algo malo. Cuando a la
mañana siguiente nos volvimos a encontrar, él yendo al cole y nosotros de
vuelta a casa, ver al perrillo sano y salvo le devolvió la sonrisa y le quitó
un gran peso del alma y también del cuerpo. A buen seguro que esta historia de
Gumi correteando por el patio del colegio ya es historia entre la chavalada.
Si no hubieran cambiado mucho los niños de hoy respecto de los de mis
tiempos infantiles, ahora estarían deseando que se volviera a repetir la
escena.
¡Y cómo corría!
¡Pobre Gumi! pero, sobre todo, pobre el miedoso impresentable que no hizo caso de los niños que sí sabían lo que había que hacer. El adulto que llamó a los municipales, un inútil como tantos que pululan por este mundo a quienes el miedo les hace ser ruines, mediocres y despiadados a la vez que cobardes (véase el escándalo mayúsculo que hay montado en Ferguson -usa- "El policía que mató a un joven negro en Ferguson queda libre sin cargos"). Cuántos como él todos los días desahuciando a ancianos, policías pagados por todos nosotros apaleando a conciudadanos que se oponen a tales fechorías para defender los intereses de los especuladores. Espero ver algún día a las fuerzas del orden(?) negarse a ejercer de lacayos de los poderosos o que les toque a su familia o mejor que les toque a ellos. Estoy harta de tanta gentuza ganándose la vida sirviendo a esta especie depredadora de seres humanos venidos a menos. Cobardes e inmorales. Estoy harta, Míguel, de tantos estúpidos que no saben que a los Gumis de este mundo no DEBEN llevarlos a la perrera, que el trato que debe dárseles es otro, que eso es lo fácil pero no lo correcto y un etcétera interminable. No veo la regeneración (¿es que hubo alguna vez "generación"? de la vida pública, no veo que la escoba barra toda esta inmundicia. Espero (¡¡¡ay la esperanza!!!) a las elecciones del año próximo y antes, espero ver en la cárcel a Fabra, Rato, Acebes, Blesa... y toda esa carcundia repugnante.
ResponderEliminarAle, ya.
Besos