Lo de luz y taquígrafos es bonito y resulta productivo cuando las cosas
a tratar interesan a todos. Eso se dice de la democracia. Las cosas claras. No
es de ahora; ya lo escuché de pequeño, rematado con lo de “y el chocolate
espeso”. De modo que si sigue siendo útil, me apunto.
Sin embargo, empieza a inquietarme tanto zumbar desde un lado y desde
otro. Los casos de corrupción ahí están. Con nombres propios y direcciones. Los
viajes del Senado, ahí están también, pero parece ser que no van a tener ni
nombres ni direcciones. Lo del ex rey, parece que va a quedar en nada. Lo de
Pujol está por ver, y lo de Bárcenas habrá que esperar porque va lento.
A todos nos gustaría saber. ¿A todos? A mí, desde luego, no. Me produce
desazón malsana que se afirmen cosas de personas sólo porque alguien dice. Y lo
dice porque… lo vivió, lo sospecha, alguien se lo comunicó, lo dedujo, o lo
adquirió por ciencia infusa.
No suelo atender a este tipo de informaciones. ¿Sabes qué? Y entonces
pregunto, ¿quién lo dice? No suele continuar el discurrir de la información. Se
ve que es peligroso identificarse.
Pero no siempre puedo recurrir a ese artificio. Las cosas vienen rodadas
e imposibles de parar. Y si me entero de algo sobre alguien, verdad o mentira,
luego con ese alguien no logro la fluidez de relación que deseo. Soy humano y
la sospecha hace mella en mí.
En fin, que no me parece correcto que nos estén bombardeando
constantemente con que si Errejón no cumple su contrato con la universidad de
Málaga, si la difunta Carrasco benefició a la empresa de su exnovio, si esos
curas granadinos son unos delincuentes, o si Messi se lucró evadiendo al fisco,
en tanto no haya un pronunciamiento definitivo.
Al final, terminaremos todos mirándonos por el rabillo del ojo. Lo de
llevarnos las manos a la cabeza, ya es habitual.
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