Por
tropecientésima vez barro y friego, muevo mesas y sillas, y dejo
todo preparado y ordenado para que los galopines se lo encuentren
dispuesto cuando vengan a la tarde para catequesis.
Y
mientras trajino, canto. Más bien berreo. Sin miedo a la vecindad,
que a estas horas está a sus asuntos, ni a la vergüenza de que
Gumi, que me sigue por todas las salas como un corderillo, diga ¡qué
voces da este tío!
Unos
van a sembrar, o sea que en una sala hay que disponer tierra,
tiestos, semillas y agua. Otros van a pintar unos corazones. Eso no
me toca, porque ya no confían en los que yo confeccionaba en
cartulina, y se valen por sus medios. Y los mayores… Bueno, los
mayores corren por su cuenta.
Así
las cosas, a esperar que ellas, las catequistas, me indiquen si
quieren folios o cuartillas, pinturas de cera o de mina, más mesas o
menos muebles porque necesitan más espacio libre.
Luego
viene lo de cantar. Que cuando vienes, que por quien empiezas, que
tenemos que separarnos y vendría bien al medio, o al principio, o al
fin.
En
fin, esas son las cosas que en estos momentos tengo en la cabeza, en
tanto corro de un lado para otro, olvidándome cuando llego de a qué
venía a esta sala. Y caigo en que me equivoqué de dirección y debo
ir para el lado contrario.
Una
mañana movidita, porque estamos en los principios y suelen darse
desajustes que poco a poco van desapareciendo.
Ahora
que acaban de marcharse, respiro aliviado; nada ha faltado, ni
siquiera el papel en los retretes.
¡Cómo
vamos mejorando! Antes la limpieza de locales era harto trabajoso.
Todo estaba en tierra y la subían a espuertas escaleras arriba.
Ahora estos muchachitos parecen ángeles, que levitan sin pisar en el
suelo. ¡Ni polvo dejan!
Aún
así, por si algo se me ha posado sobre el cuerpo, accedo a la
municipal casi a las diez para quitármelo de encima y de paso
relajarme. Antes hube de pasar por urgencias del Río Hortega para
ver si M había resucitado del bajón del azúcar que lo noqueó no
sabemos cuándo. Tener un hambre canina y los pies helados, hablar
por los codos y no recordar nada; ese fue el cadáver que nos
encontramos. De momento tiene cuerda…
No
todos pueden decir lo mismo, aunque canten victoria y reciban
abrazos, les jaleen por las calles y alardeen de lección de
democracia. Tal vez si pasaran por urgencias algún arreglillo
encontrarían.
En
fin, que ayer fue lunes y ahora ya es martes, y tengo que volver al
hospital. A veces, la vida parece un círculo
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