En cierta ocasión hablé aquí de un librote que me habían regalado. Hoy
lo he abierto para poder decir algo sobre unos personajes de los que los
evangelios canónicos no dicen nada, y que sin embargo dicen mucho en la piedad
popular cristiana. Incluso tienen día señalado en el calendario: hoy.
Es raro que ni Mateo ni el resto de los evangelistas, tan preocupados por
mostrar la raíz humana de Jesús, callen sobre sus abuelos maternos. Y María
tuvo padres. ¿O no? Las genealogías de Mateo y Lucas recorren la ascendencia de
José, hasta llegar a Adán y a Abraham, para corroborar que se cumple la promesa
hecha en David. Pero de María poco se sabe a través de ellos. Hay que acudir al
Protoevangelio de Santiago, un evangelio apócrifo, para saber.
Consta que se escribió hacia la mitad del siglo II. Pero con toda
seguridad hay detrás una tradición oral que se hunde en el tiempo anterior. Aún
así, no ha sido oficialmente reconocido por la Iglesia, aunque muchas de las
cosas que en él se narran perduran hasta hoy, incluso en la liturgia y en las
devociones.
Sirva el texto de los primeros cinco capítulos como presentación de tan
egregios personajes, Joaquín y Ana, padres de María, la madre de Jesús.
EL PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO
Capítulo I
Dolor de Joaquín
1. Consta en las historias de
las doce tribus de Israel que había un hombre llamado Joaquín, rico en extremo,
el cual aportaba ofrendas dobles, diciendo: El excedente de mi ofrenda será para
todo el pueblo, y lo que ofrezca en expiación de mis faltas será para el Señor,
a fin de que se me muestre propicio.
2. Y, habiendo llegado el gran día del Señor, los
hijos de Israel aportaban sus ofrendas. Y Rubén se puso ante Joaquín, y le dijo:
No te es lícito aportar tus ofrendas el primero, porque no has engendrado, en
Israel, vástago de posteridad.
3. Y Joaquín se contristó en
gran medida, y se dirigió a los archivos de las doce tribus de Israel,
diciéndose: Veré en los archivos de las doce tribus si soy el único que no ha
engendrado vástago en Israel. E hizo perquisiciones, y halló que todos los
justos habían procreado descendencia en Israel. Mas se acordó del patriarca
Abraham, y de que Dios, en sus días postrimeros, le había dado por hijo a
Isaac.
4. Y Joaquín quedó muy
afligido, y no se presentó a su mujer, sino que se retiró al desierto. Y allí
plantó su tienda, y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, diciendo entre sí: No
comeré, ni beberé, hasta que el Señor, mi Dios, me visite, y la oración será mi
comida y mi bebida.
Capítulo II
Dolor de Ana
1. Y Ana,
mujer de Joaquín, se deshacía en lágrimas, y lamentaba su doble aflicción,
diciendo: Lloraré mi viudez, y lloraré también mi esterilidad.
2. Y, habiendo llegado el gran día del Señor,
Judith, su sierva, le dijo: ¿Hasta cuándo este abatimiento de tu corazón? He
aquí llegado el gran día del Señor, en que no te es lícito llorar. Mas toma este
velo, que me ha dado el ama del servicio, y que yo no puedo ceñirme, porque soy
una sierva, y él tiene el signo real.
3. Y Ana dijo:
Apártate de mi lado, que no me pondré eso, porque el Señor me ha humillado en
gran manera. Acaso algún perverso te ha dado ese velo, y tú vienes a hacerme
cómplice de tu falta. Y Judith respondió: ¿Qué mal podría desearte, puesto que
el Señor te ha herido de esterilidad, para que no des fruto en Israel?
4. Y Ana, sumamente afligida, se despojó de sus
vestidos de duelo, y se lavó la cabeza, y se puso su traje nupcial, y, hacia la
hora de nona, bajó al jardín, para pasearse. Y vio un laurel, y se colocó bajo
su sombra, y rogó al Señor, diciendo: Dios de mis padres, bendíceme, y acoge mi
plegaria, como bendijiste las entrañas de Sara, y le diste a su hijo Isaac.
Capítulo III
Trenos de
Ana
1. Y, levantando los ojos al
cielo, vio un nido de gorriones, y lanzó un gemido, diciéndose: ¡Desventurada de
mí! ¿Quién me ha engendrado, y qué vientre me ha dado a luz? Porque me he
convertido en objeto de maldición para los hijos de Israel, que me han ultrajado
y expulsado con irrisión del templo del Señor.
2. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a
los pájaros del cielo, porque aun los pájaros del cielo son fecundos ante ti,
Señor.
3. ¡Desventurada de mí!
¿A quién soy semejante? No a las bestias de la tierra, porque aun las bestias de
la tierra son fecundas ante ti, Señor.
4. ¡Desventurada de mí!
¿A quién soy semejante? No a estas aguas, porque aun estas aguas son fecundas
ante ti, Señor.
5. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a
esta tierra, porque aun esta tierra produce fruto a su tiempo, y te bendice,
Señor.
Capítulo IV
La promesa divina
1. Y he aquí que un ángel del Señor
apareció, y le dijo: Ana, Ana, el Señor ha escuchado y atendido tu súplica.
Concebirás, y parirás, y se hablará de tu progenitura en toda la tierra. Y Ana
dijo: Tan cierto como el Señor, mi Dios, vive, si yo doy a luz un hijo, sea
varón, sea hembra, lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su
servicio todos los días de su vida.
2. Y he aquí que dos
mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín tu marido viene a ti con sus
rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín,
Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer Ana
concebirá en su seno.
3. Y Joaquín salió, y
llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula, y serán para
el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el Consejo
de los Ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.
4. Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y
Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir, y, corriendo hacia
él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora conozco que el Señor, mi Dios,
me ha colmado de bendiciones; porque era viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo,
y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel
primer día.
Capítulo V
Concepción de María
1. Y, al día siguiente, presentó sus ofrendas, diciendo entre
sí de esta manera: Si el Señor Dios me es propicio, me concederá ver el disco de
oro del Gran Sacerdote. Y, una vez hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada
en el disco del Gran Sacerdote, cuando éste subía al altar, y no notó mancha
alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: Ahora sé que el Señor me es propicio, y que
me ha perdonado todos mis pecados. Y salió justificado del templo del Señor, y
volvió a su casa.
2. Y los meses de Ana se
cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La
partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día.
Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó,
dio el pecho a la niña, y la llamó María.
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