¡Qué cosas publicas!



No lo dicen, pero sé que lo piensan. No me importa. Ni que piensen eso, ni que lo callen. Y si decidieran pensar otra cosa, y además expresarla, tampoco me importaría. Es el juego de la libertad, cuyo límite es enorme y sólo ajustado al espacio donde reside la libertad ajena. Hay, por tanto, mucho margen.
Ya sé que hay quien ocupa mucho, demasiado. Bastante más de lo que realmente necesita y sería razonable. No siempre tiene con qué rellenarlo y lo ostenta vacío o casi. Pero lo reclama para sí, y lo defiende como propio.
También hay, menos mal, quien no necesita sino una pequeña parcela, y le sobra para tener lo suyo bien recogidito.
Si se da un tira y afloja, –si llegara el roce o la intromisión–, yo abogo por ceder espacio y recoger velas, antes que lo contrario. No es buena la confrontación, porque tampoco es tanto lo que vale verdaderamente.
Es así que acaba de llegarme una versión novedosa, no nueva, de la oración más entrañable que tenemos los creyentes en Jesús. Me la ofrecen como alternativa superior a la que uso. La llamada “oración dominical”, el Padrenuestro, así todo junto, es, en lo que conozco, la oración más universal que se reza y se ha rezado nunca jamás. Si a partir de ahora hubiera que cambiarla, o emplear las supuestas palabras exactas que utilizó Jesús, me lo pondrían difícil, porque ya tengo la memoria floja y en idiomas nunca he logrado destacar.
Pongamos que Jesús utilizó estas palabras, escritas tal y como dicen que están en algún lugar escritas:

Y supongamos también que su traducción más completa fuera esta:
Padre-Madre, Respiración de la Vida.
¡Fuente del sonido, Acción sin palabras, Creador del Cosmos!
Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil.
Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de Ti.
Nuestro Yo, en el mismo paso, pueda estar con el Tuyo, para que caminemos como Reyes y Reinas con todas las otras criaturas.
Que tu deseo y el nuestro, sean uno sólo, en toda la Luz, así como en todas las formas, en toda existencia individual, así como en todas las comunidades.
Haznos sentir el alma de la Tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la Sabiduría que existe en todo.
No permitas que la superficialidad y la apariencia de las cosas del mundo nos engañen, y nos libere de todo aquello que impide nuestro crecimiento.
No nos dejes caer en el olvido de que Tú eres el Poder y la Gloria del mundo, la Canción que se renueva de tiempo en tiempo y que todo lo embellece.
Que Tu amor esté sólo donde crecen nuestras acciones.
¡Qué así sea!
Yo no lo discutiría, porque es sabido que las lenguas antiguas, como el hebreo y el arameo, eran más para hablar que para escribir. Además no tenían vocales, lo cual daba pie para que usando las mismas grafías e incluso parecidos sonidos, expresaran mucho más de lo que quienes procedemos del griego y el latín, por cultura y exceso de racionalismo, logramos entender.
Sin embargo, sí me permito discrepar en cuanto que no me imagino a las gentes paisanas de Jesús, la inmensa mayoría pobladores del campo e iletrados que no incultos, aprendiéndose de corrido esta plegaria, que no está hecha para ser escrita en piedra.
Yo pienso que Jesús, más que palabras concretas, mostró un estilo, un a modo de orar desde lo que él y su gente vivía y tenía entre manos.
De mismo modo que parece que dijo «Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos, porque así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26),  diría «Cuando oréis decid: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. El pan de cada día dánosle hoy, perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal» (Mt 6, 9-14). Con palabras sencillas y las justas; ni más ni menos, porque él también había dicho «Cuando oréis, no uséis muchas palabras, como hacen los paganos que se imaginan que por hablar mucho les harán caso» (Mt 6, 7).
No somos semitas, y no podemos orar como si lo fuéramos. Tal vez por momentos nos sirva adoptar cosas buenas de otras culturas, sean de oriente, sean de occidente. Fijémonos en Jesús y, a nuestro modo, hagamos como él hizo.
Y de ninguna manera repitamos, como suele hacerse, la materialidad de las palabras si no va acompaña de una disposición y unos sentimientos que se asemejen, aunque sea de lejos, a los de Jesús.
Lo último que he oído esta mañana: “Como no me pusiste penitencia el otro día, he rezado tres rosarios”. Ya le dije que menuda penitencia se buscó en lugar de pensar en lo que había hecho y mirar a ver cómo no volvía  a repetirlo.

Por si alguien quiere a pesar de todo aprenderse el texto y recitarlo alguna vez, aquí está en arameo el padrenuestro según la versión más probable, no en vano la defiende John P. Meier en el volumen 2-1, pág: 357, de Un Judío Marginal (Editorial Verbo Divino, 4ª edición 2008), que corresponde al evangelio de Lucas (11, 2-4):

’abba’                                                           Padre,
yitqaddash shemak                                       santificado sea tu nombre;
te’teh malkutak                                             venga tu reino;
lajman’ di misteya’ hab                                nuestro pan de cada día
lanah yoma’ denah                                       dánoslo hoy;
ushebuq lanah jobayna’                               y perdónanos nuestras deudas
kedi shebaqna’ lejayyabayna’                      como nosotros perdonamos a nuestros deudores;
we’al ta’elinnana’ lenisyon                          y no nos lleves a la prueba

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