En el lunes tras la Ascensión


La Ascensión de Jesús (La Piedad), Salvador Dalí, 1958. Fundación Gala

Ayer traté de explicarme y hasta es posible que lo consiguiera. Coincidimos en que hemos avanzado muchísimo, y que no podemos mirar hacia atrás ni con nostalgia ni con envidia. Incluso aventuramos que si nuestros mayores levantaran la cabeza, con toda seguridad volverían a caerse para atrás, no muertos, simplemente asustados. Y comentábamos que si este progreso se ha conseguido por el esfuerzo de unos pocos, no nos imaginábamos dónde estaríamos si todos los brazos posibles se hubieran aunado en la tarea.
Es verdad que no todos somos iguales, ni podemos lo mismo. Somos diferentes. Pero deberíamos ser iguales. Y que esta humanidad se desplace con la rémora de tantos brazos caídos desespera. Necesitamos líderes, pero sobre todo hace falta que la parte obrera sea mucho más currante. En primer lugar, que esté presente; y luego, que participe. Ya está bien de ser parte de la parte silenciosa, inmensa mayoría mirona y tantas veces criticona, derrotista y desmovilizadora.
Y va alguien y pregunta en alto si la jerarquía está por la labor. Y entonces hablamos de su función, si es para mandar y controlar, o es para servir y coordinar. Si esa minoría está por encima del resto, o su lugar está dentro y abajo. Y, aunque tímidamente, convinimos en que aquí todos y todas hemos escuchado las mismas palabras y recibido el mismo o parecido equipaje. Y que no es tanto que esa pequeñez en número sea grande en ejercer poder, porque si cada bautizada/o ejerciera como tal –y recordamos aquello que dice que somos un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes–, otro gallo cantara o cantase.
Y porque de lo que se trata es de “ejercer” y no simplemente “estar”, hay que poner mucho más énfasis en “ser” lo que realmente “somos”.
Una pena no haber tenido entonces a mano este texto de mi admirado Karl Rahner para haberlo leído como complemento a todo lo que celebramos. Si sirve para algo, lo expongo ahora, y que sea de provecho.

ASCENSIÓN Y PRESENCIA DEL SEÑOR

Señor, cuando vuelvas, como te has marchado, como un verdadero hombre, te has de encontrar a ti en nosotros como el sufrido, el paciente, el fiel, el bondadoso, el abnegado, como quien se mantiene unido al Padre aun en las tinieblas de la muerte, como el lleno de amor y de alegría. Señor, has de encontrarte en nosotros como nosotros quisiéramos ser y no somos. Pero tu gracia no sólo se ha quedado, sino que ha venido precisamente a nosotros porque Tú, al subir para sentarte a la derecha del Padre, has derramado tu Espíritu en nuestros corazones. Por eso creemos verdaderamente, contra todo lo que nos dice la experiencia, que Tú continúas tu vida en nosotros, aun cuando desgraciadamente encontramos en nosotros a nosotros mismos y no a ti. Subiste al cielo y te sientas a la derecha del Padre con nuestra vida. Vas a volver con esa misma vida para encontrar la tuya en la nuestra. Y el que Tú la encuentres va a construir nuestra eternidad, cuando mediante tu vuelta hayamos entrado en la gloria de tu Padre con todo lo que somos, lo que vivimos, lo que tuvimos y lo que sufrimos.

[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, pág. 94]

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