Antes de que acabe el día, en el último segundo de este mes de mayo

 
No puedo dejar de hacer constancia del disgusto con que voy a recordar estos treinta días que ahora acaban.
Empezó como verano, y termina puro invierno. Y no sólo en lo climatológico. Lo que parecían unas elecciones políticas sin pena ni gloria, ha sido realmente eso mismo, sin pena ni gloria, pero con resaca. Gana el que pierde, y pierde el que gana, una contradictio in terminis. No sé de qué se ufanan unos, tampoco entiendo qué ganancia enarbolan otros. La calle sigue estando ajena a todos estos tejemanejes. A la gente sigue sin hacerla caso casi nadie.
Pero no me extraña, hay demasiada gente en este país que no se lo merece. Exactamente 18.810.754 ciudadanos/as con derecho a voto que no lo ejercieron. ¡El 54,16%! Esa masa informe pero amorfa ha dado la triste victoria al partido perdedor, y una ganancia pírrica al partido recién llegado que aún no sabe dónde se está metiendo.
Soñar es un derecho. Soñar es improhibisible. Soñar no conduce a nada. Y visto lo visto, votar no compromete absolutamente.
Terrible conclusión que me sale sin ninguna gana y con una pizca de asco: dejar el gobierno a los que saben. El resto somos carne de cañón. Lo tenemos merecido.
¿Cómo seré tan gili que aún mantengo en mi memoria, en lugar de desterrarlo para siempre, aquel resto arqueológico que se llamó mayo del sesenta y ocho?

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