De iglesias y ermitas, las apariencias engañan


Un valle que no puedes dejar de visitar, ya que vas a estar muy cerca, es el Valle de Boí. Eso me soltó una mañana de hace más de veinte años el bueno de José Velicia, cuando todavía fumaba en pipa. Y me explicó que había allí unas iglesias románicas preciosas, y dentro de ellas pinturas que se conservaban y podían visitarse.
A los pocos días, salía para Pirineos. Como una rutina, primera estación en Zuriza. Unos días allí servían para coger forma, con subidas suaves y paseos agradables entre hayas.
Días después, al siguiente valle, y luego al siguiente, y al contiguo, hasta terminar la provincia de Huesca y clavarme en Benasque. Me salté algunos, porque todos todas las veces no da tiempo en unas vacaciones como las mías.
Ya al final del periplo veraniego, día de excursión al cercano valle subiendo por Castejón de Sos, en puro plan de coche y visiteo. Recorrí todas las localidades, y visité todas las iglesias que estaban disponibles, que no lo estaban todas, la verdad. El conjunto arquitectónico lo forman la iglesia de Sant Climent de Taüll, Santa María de Tahull, San Juan de Bohí, Santa Eulalia de Erill-la-Vall, San Félix de Barruera, Natividad de la Madre de Dios de Durro, Santa María de Cardet, Santa María de la Asunción de Coll y la ermita de San Quirce de Durro. Y creo que no dejo ninguna, aunque la memoria me flaquee por el tiempo transcurrido.
¡Qué voy a decir que no sepa todo el mundo sobre este románico de la provincia de Lérida! Una sola cosa, que el pantócrator que encontré era falso, una copia para despistar a los turistas novatos. El original está en Barcelona.
Cosa diferente me pasó en otras vacaciones en la Garcipollera, arriba de Jaca, valle lateral derecho según se sube hacia Canfranc. Acampé de extranjis en un paraje idílico que me chivaron unas amistades. El guarda me respetó aún no sé por qué, una noche que estuvo investigando quién hostigaba a los jabalíes que se acercaban a comer los desperdicios de los contenedores. Además me habló de una ermita, camino arriba. Y fui a visitarla. Santa María de Iguácel. La llave estaba en un bar de carretera, previa entrega del dni. Subí a visitarla varias veces, y disfruté de los frescos de su interior que permanecían allí a pesar de ser lugar tan solitario.
En un pueblo de Zaragoza, Longares, tienen un retablo del siglo XVI pintado en tabla por Enrique Estencop. Lo sé porque usé una obra suya en una entrada de este blog. Perdida la referencia, tuve que bucear para restaurar mi trabajo, y di con la obra completa: el retablo, en honor de la Virgen de los Ángeles, curiosamente carece de la tabla central, que está depositada en un museo barcelonés. En su lugar tienen a Santiago Apóstol con unas conchas en las esquinas superiores suficientemente explicativas.
Ya no hablo, para qué total como diría Mafalda, de otra ermita, San Adrián de Sasabe, perdida en un valle que ignoro cómo se llama, próximo a Aísa. Sólo queda la obra de fábrica, semienterrada y con un canal alrededor, pero limpia de cualquier adorno. Miré dentro –no había puerta entonces– y su única nave era una auténtica piscina cubierta. Aún conservo una pequeña biblia que alguien dejó olvidada en uno de los vanos por los que podía mirarse el interior. Deseo que, a la vista de la foto que he encontrado, ahora esté en mejores condiciones que entonces. Tiene una curiosa circunstancia que no puedo callarme: construida sobre el lecho de un río, se apoya sobre pies de madera que no pueden resecarse nunca, porque se arruinaría.
Otra cosa bien diferente es la ermita octogonal de Santa María de Eunate, en Navarra. Fue a la vuelta y con un desvío para visitarla de casi cien kilómetros. Inútil resultó, porque era lunes y estaba cerrada. Con todo, la circunvalé y pude contemplar la arcada exterior.
Estos han sido recuerdos a vuelapluma, de un domingo cualquiera que resultó ser el quince de junio de dos mil catorce.

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