Y la estoy perdiendo.
A duras penas consigo salir victorioso de pequeñas escaramuzas. Pero como esto
va a plazo largo, al final sucumbiré.
Esto es que el
terreno sobre el que habito es del gusto de las hormigas. Grandes y pequeñas,
lentas y vivaces, andariegas y volanderas, de todo. Tienen minado el subsuelo y
de cuando en vez afloran en busca de sol y de alimento. Y digo yo que también
para respirar.
Decidí en su momento
plantarlas cara. Igual que hice con la grama, a la que doblegué y conseguí
erradicar. Pero las formicae son enemigo duro de pelar, resistentes contra
viento y marea y testarudas tanto o más que yo. Y así estamos.
De vez en cuando echo
unos polvos blanquecinos que las ahuyenta, pero cuyo efecto dura muy poco. Dejo
pasar tiempo y vuelvo a la carga. Mas ellas siguen, y siguen, y siguen.
Ahora las ha dado por
entrar en casa, y se comen los marcos de las puertas. Yo, me armo de paciencia,
y con yeso, escayola y lo que pesco, reconstruyo lo que ellas se mastican, y
así vamos aguantándonos en esta sin par guerra que ya dura demasiado.
Esta vez no veo luz
al final del túnel. Esta guerra no la gano. Y no es que me vea derrotado, es
que ellas son muchas, y se renuevan constantemente; y yo ya soy viejo.
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