Mi guerra de los treinta años



Y la estoy perdiendo. A duras penas consigo salir victorioso de pequeñas escaramuzas. Pero como esto va a plazo largo, al final sucumbiré.
Esto es que el terreno sobre el que habito es del gusto de las hormigas. Grandes y pequeñas, lentas y vivaces, andariegas y volanderas, de todo. Tienen minado el subsuelo y de cuando en vez afloran en busca de sol y de alimento. Y digo yo que también para respirar.
Decidí en su momento plantarlas cara. Igual que hice con la grama, a la que doblegué y conseguí erradicar. Pero las formicae son enemigo duro de pelar, resistentes contra viento y marea y testarudas tanto o más que yo. Y así estamos.
De vez en cuando echo unos polvos blanquecinos que las ahuyenta, pero cuyo efecto dura muy poco. Dejo pasar tiempo y vuelvo a la carga. Mas ellas siguen, y siguen, y siguen.

Ahora las ha dado por entrar en casa, y se comen los marcos de las puertas. Yo, me armo de paciencia, y con yeso, escayola y lo que pesco, reconstruyo lo que ellas se mastican, y así vamos aguantándonos en esta sin par guerra que ya dura demasiado.
Esta vez no veo luz al final del túnel. Esta guerra no la gano. Y no es que me vea derrotado, es que ellas son muchas, y se renuevan constantemente; y yo ya soy viejo.

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