Flores y espinas



Casi no son flores, y casi tampoco espinas. Hojas en ambas, ásperas y tiesas en ésta, suaves y olorosas en aquélla. Es la malvarrosa florecida, y es la encina renovada. Cada una a su manera, dulzura y rudeza, manifiestan ante mis cuidados la vida que late en ellas. Variedad y misterio de una misma realidad, en la que estoy y por la cual me dejo llevar. ¡Qué cosas dices, miguelangel! pareces estar diciendo.
Ayer vino a verme la mamá de Diego. Está, la pobre, en pleno duelo. ¡Y lo que va a durarte!, susurré piadosamente. Y me acordé de ti. Pero sólo para hacerla ver que, igual que tú no me has abandonado, Diego no se ha alejado de ella, aunque tenga esa impresión de ausencia y de vacío.
Habló todo lo que quiso y necesitó. Y tras escucharla, y decir lo que te digo, la vi marcharse, no sé si más tranquila, algo confortada.
Y es que si a mí me corresponde la malvarrosa, a ella le ha tocado en suerte la encina. Tu partida para mí fue suavemente olorosa, luminosa en tonos malva. La partida de su hijo, para ella ha sido dura como una pedrada, negra como una noche ciega.
Al pronto, ya ves, me inspiró lástima; pero sólo un poco, muy poquito. Tengo la seguridad de que Diego va a entrar en acción no tardando. Si te lo encuentras, –es alto y joven, dice chistes tontos y es muy buena persona–, avísale que no se demore, que aquí lo están necesitando.
Recibe este beso que te mando.

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