Se trataba de
reunirnos quienes fuimos colegiales en el lejano 1964, año en que precisamente
dejamos de serlo para empezar otros proyectos.
Hace seis años
intentamos un a modo de festejo, inventándonos el 44º aniversario. Pero ha sido
ahora, en el 50º, cuando lo hemos hecho como dios manda.
Sólo asistí a la
primera parte, la más oficial por decirlo de alguna manera: Saludo del director
del Colegio, Eucaristía y Concierto a cargo de la Coral Valparaíso.
A partir de ahí, sin
mi presencia, el colectivo de exalumnos y las parejas acompañantes procedieron
a pasar el resto de la jornada rememorando viejas historias, contemplando con derecho
al toque libros y utensilios pasados de época, riendo con las fotos en blanco y
negro, y comiendo en amigable camaradería. No creo que al final se animaran a
echar un partidillo, porque con la tripa llena eso sienta fatal.
De modo que tal vez
dieran un paseo suavecito por el colegio, aunque ya no se parece casi nada. El
jardín de junto al río, ocupado por una mega construcción deportiva, sólo conserva
la gruta de la Virgen y poco más, o sea que si decidieron pasearlo no tuvieron
que esforzarse.
Un día tranquilo,
algunas emociones, –una contenidas y otras dejadas al albur–, y ahora en pensar
si podremos algún día volvernos a juntar para decir que han pasado… ¡tantos
años!
De lo que participé
doy fe. El director estuvo cariñoso y acogedor, la Eucaristía fue participada
con la ayuda inestimable de la Coral Valparaíso, y del concierto posterior aquí
hay algo a modo de cata:
Una consideración
final: Ante esa fachada coronada por la estatua de la Virgen de Lourdes, y con
sola la bandera central porque entonces no había más, comenzábamos a diario la jornada
escolar entonando briosos himnos. En esa capilla apenas remozada, sonaban también
cantos piadosos al compás del órgano que manejaba con estilo el hermano Jorge.
Nosotros, en esta
celebración, sólo cantamos al final de la Eucaristía el Salve Regina, en latín
por supuesto. Ya no estamos para hacer gorgoritos.
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