Se me pusieron los
pelos de punta al entonar este versículo, correspondiente al salmo
interlecturas de la liturgia de hoy, Domingo de Ramos.
Los residentes de
Sanyres lo entonaron ayer tarde, repitiéndolo, con la unción de quienes creen
en Dios, pero sienten, como Jesús, que Dios está ausente, que no responde, que
calla.
Jesús también creía
que era posible otro mundo, él lo llamaba Reino de Dios. Lo señaló en aquellos
gestos sencillos y humanos de cercanía, de acogida, de integración, de
regocijante convivencia, de sencillez, de luminosidad, de perdón, de confiada
entrega, de esperanza más allá de la dura realidad. Las gentes lo entendieron,
pero no lo asumieron. Y Dios callaba.
Jesús grita con toda
su alma, desde lo más profundo de su entrañas, ¿por qué?
Desgranando el largo
texto de la pasión vi todo lo que se puede ver: la donación, el calor de los
afectos, la paz de lo sencillo, el abandono, la traición, las monedas, la
soberbia, el trato humillante, los manejos turbios del poder, la petulancia, la
mentira, la ceguera del pueblo, la violencia, la injusticia, el desprecio, la
blasfemia… el temor al fracaso y la confianza ciega y total.
Al final sólo me
quedó el grito último, «A tus manos, Padre, entrego mi alma», y la incondicionalidad
de algunas mujeres.
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