Si en mi infancia
confraternizaba con ellos, de joven aprendí a temerlos. Llegué incluso a despreciarlos. Que Dios me perdone. Ahora están empezando a dar motivos para volver
a mis temores juveniles, tras haberlos reconciliado conmigo en estos años de
democracia pasados.
Se trata de los que
entonces eran grises, luego marrones y ahora casi negros. La policía.
Mi casa en la ciudad
y su cuartel se miraban de frente, ellos junto al río y mi ventana al poniente.
Jugador de la calle, a todo lo que saliera en el grupo, muchas veces entré a su
garaje a recoger el balón que se desvió cuesta abajo por la plaza de las
Tenerías hasta allá dentro. O ellos mismos nos lo devolvían con alguna
advertencia cariñosa, tipo algún día os vamos a atropellar. Eran tiempos
blancos para mí, yo con siete u ocho años y ellos los guardias de asalto.
Mi paso por el
convento me alejó de ellos, y cuando me los volví a encontrar estaba en Madrid,
ya joven, asiduo de la universitaria y paseante por Princesa. Muchas
veces, camino de clase o de vuelta de los comedores, hube de apartarme o de
esconderme, temeroso de que en un descuido o por confusión me arrearan o me
detuvieran. Era moneda corriente por entonces. Viles muy agresivos y
prepotentes.
Comprendía que
cumplían órdenes. E intenté disculpar sus malos modos pensando en la formación
que recibían, y el ambiente en el que se movían. Era su misión, en un régimen
opresor, reprimir.
Dejé de respetarlos
cuando compañeros míos pasaron por sus manos en la dirección general de
seguridad. Y de ahí al odio el paso fue inevitable. Nunca me llegaron a tocar
físicamente. En el alma me dieron hasta puñetazos.
Llegó la democracia,
y las cosas cambiaron. Ellos de actitud y de uniforme. Nosotros, o sea yo, de
considerarlos enemigos a verlos como servidores de la convivencia. Incluso
empecé a verlos amables y solícitos.
Si luego ha ocurrido
algún percance, no lo tuve en cuenta; cosas de la vida y del momento. Han
pasado muchos años y todo parecía marchar sobre ruedas.
En apenas unos meses
me han dado motivos más que suficientes para dejar de ser contemporizador. Su
actuación en retenciones a inmigrantes, requeridos en plena calle sólo por su
aspecto. El asunto de los muertos en Melilla. Detalles que se han denunciado en
comisarías con detenidos. Su mala actuación en la manifestación del 22M. Y la
salida de madre de la noche pasada, aireada ya en Internet con toda claridad.
Todo esto y lo que no conozco, pero sospecho que será bastante, puede terminar
con ese idilio de años.
Si la policía de la
democracia va a emplear los mismos modos que gastó la policía de aquellos años
ya olvidados, triste policía y triste democracia. No es baladí este asunto. O
reaccionan y reconocen sus fallos –o defectos que se hayan ido adhiriendo
inadvertidamente– corrigiéndolos a continuación, o les ponen a mandamiento los
responsables políticos, o…
...o echamos a quienes les mandan y les forman para que agredan a los ciudadanos - a la clase trabajadora, diría mi hija, porque ciudadano también es Botín pero no pertenece a nuestro mundo, por ejemplo-.
ResponderEliminarA mi me ha pasado algo parecido en la consideración que me merecen lo que llaman "las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado", aunque siempre he tenido mis reservas respecto a unas profesiones en las que no se exige un c.i. especial cuando debería ser lo contrario. No me gustan. Creo que es, junto con una parte de la justicia, donde siguen recalando "lo más pior" de nuestra sociedad. No digamos ya lo que sabemos de los soldaditos y policías del imperio.
Qué hartura de gente. No entienden nada. Son los perros amaestrados de unos dirigentes como el director de la guardia civil, ¡qué tipo mas indeseable!. Y no lo cesa el marianonaniano... ¡como son amiguetes...!
Ya nos pillan muy resabiados estos politiquillos de tres al cuarto.
No pueden ser más tontos si no... aun lo harían peor.
Besos, guapo.