Si yo le comprendo



No puedo por menos. Él tiene sus cifras, y le dicen una cosa. Está bien claro, indican que estamos saliendo, y que ya se ve bien cerca la boca de este túnel. Quien le diga lo contrario, no puede por menos de pensar, le está mintiendo o le llama mentiroso. Porque las cifras no engañan, como el algodón.
Natural de Jaén, estudió en la autónoma y enseguida le doctoraron. A partir de entonces los números han sido su oficio. Los grandes, que los pequeños se desprecian. Al fin y al cabo, el redondeo lo hacen hasta en la tienda de mi barrio. Por eso, porque él se maneja en lo macro, salvo que le pongan en pantalla gigante las cosas pequeñas, no llega a esas minucias que cualquiera pierde al coger o devolver el cambio. Muchos céntimos he recogido del suelo, y no he conseguido aumentar mi hacienda.
A la Hacienda, con mayúscula, se ha dedicado de por vida. Y se ha movido, supongo, en esferas altas. Ser condecorado con la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III no le ocurre a cualquiera. Por eso su limpiabotas no creo que tenga mucho trabajo, y deberá suplir con otras actividades hasta completar el cómputo necesario para cobrar a fin de mes un sueldo mínimamente digno.
Salvo que en su casa ocurra como donde yo me sé, que siendo parientes de la realeza, a un matrimonio de inmigrantes indios que conozco y que trabajaba allí, él de chofer y jardinero y ella de doncella a tiempo completo, cuando despedidos han regresado a mi ciudad, no digo que lo hayan hecho con una mano delante y otra detrás, –que entonces los habrían detenido por escándalo público y obscenidad manifiesta–, pero ha tenido que ser en mi parroquia donde encontraran para vestirse la ropa que no pudieron adquirir en los madriles.
Él, ya digo, vive a otro nivel. Y que le discutan las cifras de las que tanto se ufana, como que no es de recibo. Y esto sean las carítas, con minúscula, en plural y acentuado en la i que la pone en el nivel de importancia que se merece, o el sursum corda quien lo diga.
Cómo no voy a entender su contrariedad de que le discutan algo tan patente y manifiesto. Le han felicitado sus pares del fmi, del bm, y de ws. Cuando habla, los de su partido le aplauden a rabiar; no importa que los de enfrente pateen el suelo y pataleen ante sus palabras. Ignorantes, que son unos ignorantes. Y no les llama muertos de hambre, porque quedaría feo.
Yo no le pediría que se retractase, mucho menos se lo exigiría. Por mí puede continuar donde está y seguir haciendo lo que hasta ahora.
Y sonreír, mantener la mueca, con ese gesto y esa mirada de quien está seguro de tener razón. Gente como él da seguridad. Así da gusto.

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