Es lo primero que me
ha asaltado esta mañana en cuanto he puesto el pie en la alfombra de mi cama: rogaros que
me perdonéis. He sido insensato y, lejos de prever la trascendencia que
pudieran tener mis palabras en este espacio sideral y nebuloso que es Internet,
en lugar de callarme mis apreciaciones y reflexiones, las he dejado correr
libres y alocadas. Es mi responsabilidad, a lo que se ve bastante
irresponsable.
Mi primera intención
ha sido borrar. Pero ya he comprobado que eso aquí no sirve. Hay demasiados
artilugios en la Red que capturan todo cuanto sale a las ondas y lo amplifican
y protegen de manera que ya no sea posible desaparecerlo. Puedo quitarlo de
aquí, pero no de donde no tengo ninguna capacidad de actuación. ¿Cómo reparar,
pues, mi error, si el eco puede haber magnificado y extendido mis palabras?
No veo otra forma que
seguir hablando, escribiendo en este caso, aún sabiendo que corro el riesgo de
no arreglar nada, tal vez empeorarlo.
La tarde noche del
domingo viví extrañas sensaciones y me vinieron recuerdos aún dolorosos, por
más que demasiado antiguos. Me vi joven y en un pequeño lugar rural, donde ni
pedí ni quise estar. Fui, eso creía yo, pertrechado con lo mejor de mis
enseñanzas conciliares para desbastar y enderezar viejas tradiciones y
costumbres fuera ya del tiempo. Me veía teniendo que hacer nuevas cosas que,
tarde y mal caí en la cuenta, ni me necesitaban ni requerían de mi muy personal
manera de verlas. Sólo cuando ya salía de allí camino de otro oficio, reconocí
que más me habría valido observar y escuchar, atender y servir, acompañar sin
destacar ni tratando de imponer.
No volví para pedir
perdón, y debí haberlo hecho. En su lugar sufrí el castigo merecido cuando al
despedir a las dos personas que más me quisieron allá, ocupé el lugar que me
dejaron aquellas gentes, el último.
Desde entonces he
tenido tiempo más que suficiente para aprender y corregirme. A la vista está
que no lo he aprovechado, y que, si algún avance he logrado, ha sido más por la
acción de quienes me quieren y me tratan, que por mí mismo.
Termino aquí, porque
no sé qué más decir. He sido temerario, he enjuiciado alegre y ligeramente la
labor de unos compañeros sin conocer las circunstancias en las que están
inmersos, que se están volcando por su gente y que están haciendo cuanto está
en sus manos.
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