E inmediatamente me
di cuenta de dónde estaba: el resto de ocupantes del vestuario se cubrieron sus
partes con lo que buenamente pudieron. Si dijeron algo no lo recuerdo, sólo sus
miradas hacia mí, reprobadoras.
Tuve que disculparme.
¡Qué remedio!
Es que tengo una mala
costumbre heredada de los tiempos del seminario. Que luego mantuve en los
diversos colegios mayores y residencias en que he vivido. Y que, por supuesto,
gozo de seguir usando en mis tiempos de cura, primero de pueblo, luego de
centro de enseñanza y ahora de barrio de ciudad. Mi puerta nunca tiene echada
la llave o el cerrojo. Basta apretar el picaporte y cede. Si alguien habla
diciendo ¡se puede! o toca el timbre, desde dentro y sin moverme digo
¡adelante! o similar.
Lo sabe todo el
mundo. Y los que no, me hacen levantarme no sin antes haberme oído varias veces
¡pase! o ¡sí! o ¡entre!, en progresión sonora imperativa. Como yo sigo a lo que
estaba, alguna vez se me ha presentado alguien justo a mi lado diciéndome no
grites más que ya he entrado.
Últimamente voy a la
piscina tarde, porque me gusta tener la calle para mí. Cuando ya no están los
cursillistas ni los jóvenes que se entrenan bajo la batuta de un enérgico
monitor, ni los papás con sus
retoños, dispongo casi en solitario de todo aquello, incluido el cuidado de la
socorrista. Lo mismo ocurre luego con las duchas y el vestuario. Todo para mí.
El caso es que
anteanoche, tras la rutina natatoria, casi a la hora de cierre de las
instalaciones, estábamos terminando de secarnos para vestirnos,
excepcionalmente, tres varones, dos en pelotas. La limpiadora golpeó la puerta como
acostumbra, por si había alguien dentro. Como va un poco arreada por el
trabajo, empieza antes de que todo esté vacío. Sin percatarme de que no estaba
solo, y ante la sorpresa de mis acompañantes, fui yo el que gritó. No pasó
nada, porque nada había. Tras el ejercicio físico, y sobre todo con la
mojadura, lo que pudiera ser interesante estaba o chorreando o reducido a su
mínima expresión.
Ni que decir tiene
que no vuelvo a meter la pata y que en adelante voy a estar mucho más atento.
Anoche, la limpiadora
ha vuelto a entrar porque se lo he permitido, me llegaba ya a los calcetines; y al tiempo que recogía la saca
de la papelera me ha dicho algo que sonaba a chascarrillo. No la entendí, pero
asentí con una sonrisa. Ese suele ser nuestro saludo, a esa hora solitaria en
que ya nadie serio sigue aún en aquel sitio.
Como cuando era niño,
y me tenían que reñir hasta tres veces porque no quería salir del agua.
Puedo ser más viejo,
tener canas y muchas arrugas. Pero hay hábitos que ahí siguen…
Ja,ja,ja que risa ¡¡te pillaron en pelota picada!!
ResponderEliminarSimpatico encuentro Míguel, me ha hecho recordar...
Ignacio nunca cerraba la puerta con llave, ni del cuarto de baño, ni de ningún sitio. Su querida amiga Karina hacía lo mismo y los veías a los dos en cueros saliendo de la ducha tan oreados, o de la piscina. Yo estaba detrás diciendo siempre lo mismo " a mi no me molesta, pero si hay mas personas, ser discretos".
Para ellos el cuerpo no representaba nada, solo se expresaban naturalmente.
Ahora comprendo cosas coma esta: la belleza no se esconde y ser naturales tampoco.
Tu siempre has sido un ser libre, un pájaro de altos vuelos (en el sentido estupendo de la palabra ), y no hay porqué esconder el plumaje. Mira a San Francisco, algunas veces se le olvidaba vestirse, inocencia en estado puro.
Abrazos matineros...estoy repicando agapantus.
¡¡¡Ja, ja, ja, ja y ja!!!, las que puedes liar por despistado. No passssa ná... al fin y al cabo, digo yo que la limpiadora estará "curada de espantos", que diría mi madre. Me ha gustado este chascarrillo. P'a desengrasar la actualidad de este país que cada día está peor... qué desastre.
ResponderEliminarBesos y ¡¡adelante!!
Lo que me he podido reír... y lo que habrá contado la limpiadora en casa a la hora de la cena...
ResponderEliminarQue va, Laura, yo era el único que estaba a cubierto. Pero me olvidé de los otros, que se vieron sorprendidos por mi espontaneidad. Más bien ligereza.
ResponderEliminarEn casa sí me han sorprendido, gente que entra sin llamar y se me mete hasta el dormitorio. Desde la cama, en la siesta, he atendido más que simples llamadas de teléfono.
Ya me contarás lo de agapantus.
Julia: Esa limpiadora y yo ya somos viejos conocidos. Si me dejo, me agarra para conversar y tardo en llegar a cenar. Normalmente estamos solos a esa hora, porque al revés que las varonas, los varones se avían en un pispás.
Siempre me pregunta si lo ve todo aseado; parece que no la valoran demasiado en el trabajo.
Carmen, pues a buen seguro en la cena habrá hablado con su perrita de que un usuario de la pisci tiene dos perritos que son una delicia. No parece que la den réplica, porque aquí a veces cuesta arrancar un buenas tardes o un adiós al personal. Así que en cuanto puede, pega la hebra y parece no tener prisa.
Los agapantus, son unos bulbos que producen unas hojas verdes, en el centro salen hacia el mes de julio unas cañas terminadas en unas bolas de color azul intenso o en otros casos blancas, duran todo el verano y no se hielan, las hojas se mustian un poco en invierno pero se recuperan enseguida. Como se propagan mucho y hacen unas raíces abigarradas, ( favorece que hagan mucha hoja pero poca flor) hay que aclararlas, sacar los cepellones e ir separando los bulbos para volver a plantarlos. En los viveros son muy caros y no siempre enraízan bien, necesitan tierra húmeda y suelta para que se desarrolle bien el bulbo.
ResponderEliminarEs como si estuvieras plantando cebollas o cebollinos. Un mata -espaldas. Miguel los saca de la tierra, yo me ocupo de limpiar y preparar los bulbos para ser plantados, y se los entrego a Vicent para que los plante de nuevo.
¡¡¡Sorpresa, después vienen los perros, se hacen unas correrías encima de la plantación, y a tomar pol saco el trabajo!!!
Mira a ver si alguien te regala algunos, hacen unos macizos preciosos.
Besos