Es una homilía, y
parece una homilía. Pero es más que eso y quiero tenerlo en mi pequeño mundo
para que nadie me lo quite ni tenga que soportar al leerlo comentarios que no
proceden.
Quisiera pensar que
monseñor Agrelo, al escribir lo que piensa comunicar esta mañana en la catedral
de Tánger, su sede, empezaría saboreando la lectura del evangelio de Mateo que
habla de ser luz del mundo y sal de la tierra; luego volvería a Pablo que ante
los corintios dice presentarse temeroso y débil porque no se predica a sí mismo
sino a Jesucristo, y éste crucificado. Pero al llegar a Isaías, de quien partió
desde el principio, porque es la primera que está en la liturgia, se daría
cuenta de que no se había movido de ella ni la había dejado atrás; la tuvo
siempre en la mente. Por eso mismo, creo yo, le ha salido así, puro profetismo,
al estilo antiguo.
Y ¡cómo me gustaría
estar, dentro de un rato, entre sus feligreses, celebrando la fe común y
recargando nuestra esperanza en un mundo nuevo desde un proyecto común a partir
de la caridad que no es otra cosa sino el amor de Dios que nos hecho “una misma
carne”!
Como eso no puede
ser, me conformo con esto:
(Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger).- «No hace falta que
nadie lo interprete, pues está dicho para que lo entiendan incluso los
niños: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo,
viste al que va desnudo".Y después del mandato al alcance de todos, por
si hiciese falta, se añade la razón que lo sostiene: "No te cierres a tu propia carne". ¡El hambriento, el pobre sin techo, el desnudo, son "nuestra propia carne"!
"No te cierres a tu propia carne": Este único conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las fronteras,
otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de nuestras
manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones, de nuestras
aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.
"No te cierres a tu propia carne": Si entras por el camino de esta
sabiduría, "romperá tu luz como la aurora", delante de ti irá la
justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía".
"No te cierres a tu propia carne", y el pan que compartes con el hambriento, te hará luz para el indigente, como es luz para ti el que, con su vida en las manos como un pan, dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros".
"No te cierres a tu propia carne": Sienta a los pobres a la mesa de tu vida, y tú serás para ellos la luz con que Dios los ilumina.
Y a cuantos una y otra vez me recuerdan que la Iglesia no es una
ONG, una y otra vez recordaré que los pobres son "nuestra propia carne", y que mi pan es su propio pan, y que la Iglesia es su propia casa.»
Ése era, queridos, el mensaje que había preparado para acercarme con
vosotros al misterio de la palabra que oiremos proclamada en la liturgia
del V domingo del tiempo ordinario; pero los acontecimientos reclaman
transformar la suavidad de la exhortación en denuncia de lo que es inaceptable.
Lo inaceptable:
Es inaceptable que la vida de un ser humano tenga menos valor que
una supuesta seguridad o impermeabilidad de las fronteras de un estado.
Es inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres para entrar en un país.
Es inaceptable que las políticas migratorias de los llamados países desarrollados, ignoren a los empobrecidos de la tierra, vulneren sus derechos fundamentales,
y se conviertan en el caldo de cultivo necesario para multiplicar en
los caminos de los emigrantes las mafias que los explotan.
Es inaceptable que haya fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra, y no las haya para el dinero de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es inaceptable que la política obligue a las fuerzas del orden a
cargar la vida entera con la memoria de muertes que nunca quisieron
causar.
Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte.
Ellos no son agresores: han sido agredidos desde que sus corazones
empezaron a latir al sur del Sahara, hasta que se paran para siempre en
las aguas de nuestra indiferencia.
Es inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos que hoy vuelven a encadenar la libertad de los africanos, supeditándola a los intereses económicos de un poder opresor.
Desde la impotencia a la esperanza:
Queridos: ante el drama de sufrimientos y muerte en que el poder ha convertido los caminos de los emigrantes,
es difícil que apartemos de nuestro corazón sentimientos de
frustración, de impotencia, de tristeza, de indignación. Pero nuestro
compromiso con la vida de los pobres no nace de esos sentimientos, sino
de un amor incondicional, un amor fiel, que a todos se nos ha
manifestado, y que a todos nos ha reunido para siempre en el único
cuerpo de Cristo.
"No te cierres a tu propia carne": no te cierres al sufrimiento de Cristo.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
Y son muchas las cosas que, hasta dar la vida, podemos hacer: Tenemos
la fuerza del amor y de la oración, una fuerza que es capaz de mover el
mundo. Podemos hacer que los emigrantes no estén solos en su camino,
y podemos dejar solos a quienes, gobiernos o mafias, les están robando
la vida.
Podemos compartir con el emigrante nuestro poco de leña, nuestro poco de agua, la última harina de nuestra vasija,
el último aceite de nuestra alcuza. Podemos darles voz para que se
escuche su grito, podemos llamar a las puertas de cada conciencia para
que la sociedad reclame una nueva política de fronteras, y, con
terquedad de discípulos de Jesús, podemos recordar a cada hombre que es
su propia carne, también la de Cristo, la que, día a día, es condenada a
muerte en las fronteras del sur de Europa.
Queridos: no me dejéis sin vuestra oración.
Gritar, podemos, pero se nos tendrían que romper las cuerdas bucales para que se oyeran nuestras voces.
ResponderEliminarLo que si podemos es rezar, en silencio, con quietud.
Rezar por todo y por todos.
Ayer pasé un mal día, llorando por los muertos y hoy lloro por mi, por todos nosotros, por la humanidad entera.
Amigo querido, no estarás nunca solo en la oración.
Besos
Oírse sí se oyen. ¿Se escuchan? Sólo cuando ya no queda otra, reconocen las cosas. Pero antes, incluso amenazan.
ResponderEliminarLlorar siempre está bien. Hace falta que ellos, los que tienen responsbilidad, actúen rectamente. No todo les está permitido.