Resistencia y sumisión

 

Este título tan sonoro es rotundo a más no poder. Pertenece a un librito que guardo como oro en paño. Contiene las cartas del teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, muerto por los nazis durante la segunda guerra mundial, escritas durante su cautiverio. Y algo tiene que ver con lo que ahora voy a escribir.
Esto es que ayer tarde hube de reparar una entrada de hace cuatro años que se había desguarnecido por mi mal hacer; no sé de dónde saqué las fotos que la ilustraban ni qué hice con ellas, así que he tenido que rebuscar y poner nuevas, porque ni referencia queda de las que coloqué. Y precisamente ayer, hacía seis años que murió Sole. Un ejemplo impresionante de resiliencia. Porque de eso trataba precisamente la entrada que entró en boxes, de lo resiliente que es mucha de la gente que he conocido, y que conozco.
Así que nos juntamos con sus hijos y nietos y la recordamos en su resistencia y también en su sumisión.
Resistente fue Sole, recia luchadora y constante en su fidelidad. Nada le fue fácil, o casi; pero contra todo ello se mantuvo firme y decidida.
También fue sumisa. No como ahora se entiende; no estuvo sometida a nada ni a nadie. Lo fue en cuanto que aquello que no pudo cambiar, lo sorteó; y lo inevitable, lo encaró directamente. Y cuando sus fuerzas no fueron suficientes, sencillamente lo aceptó. Sufrida es la vieja palabra que la describe sobre este particular. Como cuando aceptas, qué remedio, la lluvia que cae y no tienes ni paraguas ni lugar donde guarecerte; o el sol de esta tierra, que te abrasa atropando la mies o vendimiando el majuelo.
O mejor aún, la frase “tener correa” aplicada a Sole no le queda nada mal. Soportó los embates de la vida con donaire, con salero y sin perder el ánimo. Y bien difícil que lo tuvo.
Por eso mismo, me apetece tomar estas palabras de Bonhoeffer y aplicárselas a Sole. Cada uno en su situación, bien distante en el tiempo y diferente en lo vital, resistió y aceptó sumisamente lo que fue de todo punto imposible de evitar.

«Aquí he reflexionado a menudo sobre esto: dónde se halla el límite entre la necesaria resistencia contra el “destino” y la sumisión al mismo, igualmente necesaria. Don Quijote es el símbolo de la obstinación en la resistencia llevada hasta el absurdo, incluso hasta la locura. De forma semejante se comporta Michael Kohlhaas, quien con su exigencia de justicia acaba convirtiéndose en culpable. En ambos, la resistencia pierde finalmente su sentido real y se refugia en los dominios de la teoría y la fantasía. Sancho Panza es el representante de un acomodamiento, satisfecho y astuto, a una situación dada. Creo que debemos acometer realmente las empresas grandes y que nos son propias, pero al mismo tiempo no podemos dejar de hacer lo que por naturaleza es universalmente necesario. Hemos de enfrentarnos al “destino” –me parece importante el género neutro de este término– con la misma decisión con que nos sometemos luego a él a su debido tiempo. Sólo podemos hablar de “ser conducidos” cuando ya hemos cumplido este doble proceso. Dios, no sólo se nos aparece como un “Tú”, sino también “embozado” en “lo impersonal” (neutro); así pues, mi cuestión es, en el fondo, la siguiente: cómo podemos encontrar el “Tú” en “lo impersonal” (destino), o bien, en otras palabras: cómo el “destino” se convierte realmente en “dirección a seguir”. En consecuencia, no es posible fijar de una vez para siempre el límite entre resistencia y sumisión, pero ambas han de coexistir y ser practicadas con igual decisión. La fe nos exige esta actitud flexible y viva. Sólo de esta manera lograremos soportar y hacer fecundas cuantas situaciones se nos presenten».
(Carta del 21 de febrero de 1944)


Y este otro texto fechado el 21 de junio de 1944

DICHA Y DESDICHA
Dicha y desdicha,
que nos sobrevienen rápidas y avasalladoras
en su origen,
cual el calor y el frío extremos,
apenas se distinguen.

Cual meteoritos
arrojados desde la lejanía ultraterrena,
trazan su curso luminoso y amenazador
sobre nuestras cabezas.
Aquellos a quienes alcanzan permanecen atónitos
ante las ruinas
de su existencia cotidiana y sin brillo.

Grandes y sublimes,
destructoras y dominantes,
la dicha y la desdicha,
invitadas y no invitadas,
irrumpen solemnemente
por entre los hombres estremecidos,
y aquellos a quienes visitan
los adornan y visten
de seriedad y consagración.

La dicha es todo estremecimiento,
la desdicha todo dulzura.
Inseparables, una y otra
parecen venir de la eternidad.
Grandes y terribles son ambas.

Los hombres, de cerca y de lejos,
vienen corriendo y miran
boquiabiertos,
ya envidiosos, ya estremecidos,
al prodigio,
donde lo sobrenatural,
bendiciendo a la vez que destruyendo,
se ofrece como espectáculo terrestre,
desconcertante, inextricable.
¿Qué es dicha, qué es desdicha?

Sólo el tiempo las separa.
Cuando el acontecimiento,
súbito y de inconcebible conmoción,
se convierte en abrumadora y torturante duración,
cuando las horas del día, en su lento avanzar,
llegan a descubrirnos la auténtica faz de la desdicha,
entonces, casi todos los hombres,
hartos de la monotonía
de la desdicha ya conocida,
se apartan desengañados y aburridos.

Ésta es la hora de la fidelidad,
la hora de la madre y de la amada,
la hora del amigo y del hermano.
La fidelidad transfigura toda desdicha
y la envuelve suave
en un dulce
brillo sobrenatural.




[Textos tomados de Resistencia y sumisión. Cartas y escritos desde la prisión. Libros del Nopal. Ediciones Ariel. Madrid 1971,]

No hay comentarios:

Publicar un comentario