Tenía cita con mi
dentista favorita. Una simple consulta rutinaria para comprobar el trabajo hecho: el
implante del pasado octubre. Tras los saludos de rigor, una pequeña charleta
sobre la vida y sus afanes. Elena estaba especialmente animada, porque lucía el
sol y no tenía prisa. ¿Todo bien? Sí, menos esta muela de atrás que se ha
astillado y me lacera la lengua. Pues te lo limo y ya está. Y estuvo.
Vamos a ver el
implante. Le dio unos toques con el mango metálico de cualquier cosa, –no pude
verlo–, y comprobó su solidez. El caso es que me he quedado sin, y dijo una
palabrota propia de quien acostumbra a expresarse técnicamente, y vas a tener
que venir la semana próxima para hacer el contrario. Siguió, a lo que se ve,
hablando en su jerga.
Cuando pude hablar,
me espetó que iba a hacer el molde. Me quedé expectante. Debe estar muy
segura, pensé; hace apenas un mes que me lo colocó; en ninguno se ha dado tanta
prisa. Me encogí de hombros espiritualmente, dado que no podía hacerlo de otra
manera en la posición en la estaba. Ella siguió con sus manipulaciones, salió,
entró, volvió a salir y regresó.
Desprendió el
tornillo del implante, colocó otro dispositivo sobre el mismo y me introdujo en
la boca el molde de cera y plastilina, perdón quise decir silicona, y lo aplicó
sobre la mandíbula inferior.
Tras un rato así,
inmóvil y procurando no salivar en exceso, sacólo y volvió a colocarme el
tornillito.
Fue en ese momento
cuando noté algo, lo que fuere. Pero ella se quedó quieta de repente, me miró
sorprendida y fue entonces cuando dijo: ¿Se ha movido, verdad? No sé, he notado
algo pero no sabría decirte qué ha sido. Dolor, no.
Pues se ha movido.
Así que lo dejamos como está y volvemos a verlo después de navidades.
Luego ya más
relajados, comentó que se había pasado en sus cálculos a la vista de lo rápido
que es mi hueso mandibular en fraguar y endurecer tras los siete implantes
anteriores. En este parece que hay que seguir otro ritmo.
Le hice ver que este
es diferente. Extracción de una muela enorme en julio. Implante en octubre sin
puntos. El cartílago no puede ser demasiado consistente en tan poco tiempo.
Además, no tengo ninguna prisa, no me importa andar por la vida con huecos
visibles en la boca; ya llegará el momento de ocuparlos.
Y así quedamos, a la
vuelta de enero.
Como siempre, según
pedaleaba a la vuelta, pensaba que las prisas no son buenas consejeras. Que
cada cosa necesita su tiempo. Que no todo es igual, y cada envite es diferente
al resto. Los cambios, las novedades, por más que se deseen, requieren pausa y
púa, tacto y pulso, tempo y armonía. Que precipitarse puede dar al traste con
lo que está estudiado y calculado. Que si las cosas no se hacen como deben nos
vamos al noque en este país y en esta iglesia. Que alegrías, bienvenidas; pero las justas.
Ojito, pues, que se
nos mueve el asunto.
Por estas tierras se dice" d'arrere el uno, el dos".
ResponderEliminarDetrás del uno el dos, despacio, dejando que las cosas se integren, sin forzar, sin presionar.
Dando tiempo al tiempo.
Pero ten cuidadín, viene Navidad y hay turrones,ya sabes... este año toca comer del blando.
Antes en la Purísima, hacíamos los dulces de estas fiestas pero ahora con los pequeñajos por el medio, el parvulario está a pleno rendimiento y no hay forma de sacar tiempo para hacer mas cosas de las que ya hacemos.
Además no interesa poner mas quilos a los que ya hay acumulados.
Qué pases un buen día.
Besos
¿Acaso has olvidado este dicho de tu tierra, "cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento"?
ResponderEliminarSi ahora toca dulces, razón de más habiendo pequeñajos por el medio. Pues no me lo pasaba poco bien cuando me llevaba mi madre al horno del panadero del pueblo a hacer confituras.
¡Qué es una navidad sin golosinas! Y por reyes, el roscón.
Besos
¡¡Míguel!!, que se refiere a los perritos y a ellos, que yo sepa, no se les puede poner un mandil y decirles que amasen para hacer los dulces. ¡Anda que ya te vale!, parece que la muela que te han tocado te ha trastocado algo más. Siento lo del implante porque cuando dan problemas debe ser un tostón y un poco susto. Esperemos que no pase más que el susto.
ResponderEliminarBesos
Pero sí zascandilear por debajo de la mesa, zampándose las migajas que caen; si encima son dulces, mejor, así se les fortalecen los huesos.
ResponderEliminarBueno, pues si no hay tiempo más que para ateclarles, entonces todos a ello y no se hable más.
Esto mío no llega ni a sus. Estas navidades fortalezco mis huesos a base de turrón de Xixona y de mazapán de Toledo y ese implante no crecerá, pero quedará firme como el peñon de Ifach.
Besos