Para no llegar tarde
a la reunión, a las once en punto, nada más regresar del paseo matutino me
dispuse a preparar la comida; hoy tocan alubias blancas con costilla. Que no es
plan de volver tarde y tener que ponerse a hacerla. No. A mí me gusta que a
la hora la mesa esté dispuesta.
Mientras preparaba
las cosas, ajo, cebolleta, pimiento, zanahoria, patata y et cétera (y lo
demás), los teléfonos no dejaban de funcionar. Que si tengo ropa y juguetes,
que cuándo los puedo llevar. Que nos vemos los del curso en navidad como otros
años. Que cuándo van a decirnos las fechas de la primera comunión. Que vengo a
por los periódicos. Et cétera de nuevo, tanto por el fijo como por el móvil.
Total, que por fin la
olla terminó y ya pude salir, tarde, por supuesto, para no faltar a la
costumbre.
Me encuentro todo
cerrado. Hosti, tú; esto me huele raro. Olían mejor las alubias, pensé casi arrepentido de no haberlo dejado correr. Llamo al jefe,
y me la gano. Velasco, el alzheimer. ¡Es el jueves!
Me vuelvo a casa,
nada acomplejado. He ganado una mañana. Ahora aprovecho para hacer lo que tengo
pendiente.
Y por eso es esta
foto, que saqué esta mañana porque la tenía ganas desde que volvimos a la ruta
habitual por el camino del Pesquerón.
Ha vencido al tiempo,
y aún se mantiene erguido frente a los elementos. Caerá algún día, pero
mientras tanto, sirve de guía en la niebla en medio de este campo baldío, y en él
siguen posándose las aves de paso. Es verdad que no sirve para anidar, pero eso
no tiene ninguna importancia. Por aquí ya todo el personal es forastero.
Forasteros y aborígenes han llenado (hemos llenado) nuestra infancia de cemento. Infancia, única patria común para el hombre.
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