Barriendo pelos

 

Tras el almuerzo de las diez, hora en que acabo o sea que en realidad es de las nueve, he barrido y fregado mi chabola. Apenas nada, porque Berto y Gumi no manchan casi. Nada que ver con Moli, que era un desastre y una guarrindonga; no sólo dejaba pelos por todas partes, es que cada lugar que utilizaba lo acomodaba a su manera, dejando inservibles e inutilizables sillón, sofá y cama. Sola era más comedida, pero su abundante cabellera tipo pelusilla anegaba por completo mi exigua vivienda e incluso dejaba flotando por el aire como algodones inasibles e inaprensibles.
El caso es que tras barrer he mirado el cogedor y he visto que apenas había cuatro pelillos de mis animalitos. Dejan más plumas los dos pájaros que tengo; y sobre todo el canario, cuando se baña, enloda más que el resto de los moradores.
Pues es que anoche, al salir de la piscina, estaba un operario pasando la mopa por los pasillos de acceso a vestuarios. Y había aparvado un montonarro de pelos ¡espectacular!
¿Toooodo esto es lo que dejamos? Se me ocurrió exclamar. El pobre no dijo nada, sólo sonrió.
Los seres humanos no somos conscientes de lo que vamos tirando por donde pasamos. Esta vez es pelo; otras, envases vacíos y plásticos a mogollón; y también neumáticos, electrodomésticos desvencijados y colchones inservibles. En fin, como si nos fuéramos deshojando por la vida tal que ahora mis parras con la llegada del invierno.
Si esto es así, nada de que dentro de cien años todos calvos; puede que eso ocurra mucho antes, y nos encontremos pelados de absoluta peladez antes de que terminemos de aprender a usar el peine.
Se dice que pensar cansa y desgasta. Y que quien mucho lo hace, encalvicia su cuero cabelludo antes que quien no usa eso de pensar y cavilar.
Yo, por ejemplo, nada debo hacer trabajar a mi máquina del pensamiento (si es que la tengo, que está por ver), visto la mata de pelo que me adorna por la parte superior; por el resto, ya es otro cantar; mismamente como el culo de un bebé.
Pues es que se me está pasando por el magín que de entre el personal que observo a través de este medio cibernético, algunos y algunas, o sea bastantes, deben estar ya sin pelo, habida cuenta de las cosas que leo como cosecha suya. O les sobra tiempo, o pasan hambre, o no tienen con quien echarse una parrafada y fumarse un cigarro, o simplemente ni barren, ni friegan, ni quitan el polvo de su casa. Aunque puede que les interese cómo la tiene de barrida y fregada su vecino o vecina.

Y hablando de casas. Por aquí hay muchas, muchísimas, vacías y sin uso. Ni consigo calcular las que habrá en total, en la totalidad de este país, en las mismas condiciones de vaciedad. Y sin embargo, acaba de llegarme el cartel de Caritas de el día de los “sin techo”. Extraña contradicción.
María, de quien hoy celebramos su presentación en el templo cuando niña, tuvo que ir a parir a una cueva porque no encontraron ni posada ni vivienda en aquel Belén de Judá, cuna del rey David. Así lo narra, entre otros, Pedro Miguel Lamet en su libro Las palabras calladas (Diario de María de Nazaret), que me ha regalado con motivo de un premio de poesía que le acaban de dar en su Cádiz natal. Pero es que “no había”. Parece ser que por una circunstancia mayor la población de aquel pueblecito se había acrecentado sobremanera.
Pero aquí no ocurre eso; ahora somos muchos menos que antes, y además hemos tenido que refugiarnos en la vieja casa familiar, para reducir gastos y pagar menos en calefacción. Ahora con una tele nos aviamos. Y con un solo retrete, una sola mesa comedor, y también con una olla, claro que un poquito mayor. Aunque de momento seguimos con el coche y el móvil per cápita.
Decididamente se nos cae el pelo; será por lo que sea, no por lo que discurramos.

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