No he podido evitarlo
y, al enterarme de que Hans Küng está gravemente enfermo y piensa en acudir a
la eutanasia, un ramalazo me ha recorrido la espina dorsal.
El teólogo que
participó como experto en el Concilio Vaticano II, y al que estudié para
forjarme una idea de lo que es la Iglesia, la Fe, Dios, Ser Cristiano y cómo
encarnar mi final sin temor, ¿Vida eterna? El que aguantó a pie firme la dureza
de los embates de la ortodoxia, y fue tachado de niño consentido, interesado en
figurar y hacerse con dineros. El interlocutor de tú a tú con Joseph Ratzinger,
primero como compas y luego en la distancia… Comunica su última voluntad: «No
quiero seguir viviendo como una sombra de mí mismo». «No estoy cansado de la
vida, sino harto de vivir».
No he leído su obra
Morir con dignidad, publicada en 1997; no puedo, pues, saber con exactitud en
qué razonamientos se apoya para defender su pensamiento. Sí he leído de él
otras cosas, y deduzco que no desentone nada lo que ahora nos comunica con lo que
ha sido la trayectoria de su pensar y su vivir.
Sin embargo, aunque
formado en el pensamiento único, tanto ante quien aborta como ante quien se
suicida tengo el ánimo en suspenso y lo único que me atrevo a decir es que en
ninguno de esos casos debe actuar la ley penal. Además de que su labor es
inútil, porque quien está convencido y decidido eso no lo va a hacer desistir,
no es manera de educar, sólo reprimir.
Es en la conciencia
donde reside el quid de este asunto. Y la muerte es el único momento en el que
la persona no tiene más que a sí misma y a la inmensidad u opacidad de lo que
ha sido su consistencia vital, el norte de su existencia, en suma su fe
religiosa, si es creyente, o su fe no religiosa, si no lo es.
Meterse ahí a
moralizar, yo no lo haría. No lo hago.
Por eso vuelvo la
mirada hacia atrás, y encuentro palabras escritas de Hans Küng, para explicarme
por qué, probablemente, él pueda estar preparado para tomar esa decisión.
Si en Ser
Cristiano, año
1977, escribió que para no malinterpretar la cruz de Jesús había que corregir
algunos errores demasiado extendidos, –adoración cultural, unión mística e
imitación ética–, enunciando estos postulados: 1. No buscar el dolor, sino
soportarlo. 2. No sólo soportar el dolor, sino combatirlo. 3. No sólo combatir
el dolor, sino transformarlo. 4. Libertad en el dolor.
En ¿Vida eterna?, año 1983, se pregunta si los
argumentos que suelen utilizarse para defender el rechazo a la eutanasia
activa, expresamente condenada por la Iglesia, son convincentes para los enfermos
terminales que sufren grandes dolores o están debilitados por la edad:
1. La vida humana es
don de Dios, ciertamente. Pero ¿no es a la vez, por voluntad de Dios, tarea del
hombre?
2. El hombre debe
aguantar hasta el fin dispuesto. Pero ¿cuál es el fin dispuesto?
3. Una devolución
prematura de la vida es un no humano al sí divino. Pero, ante una vida
trastornada física y/o psíquicamente, ¿qué quiere decir prematuro?
Afirma: «Así como
no hay ninguna “vida indigna de ser vivida”, tampoco hay ninguna “vida digna de
ser vivida» en todas las circunstancias, como si la vida mantenida en un
funcionamiento puramente biológico fuese el mayor de los bienes. Así, pues, yo
no abogo por la liberalización de la “muerte de gracia”, pero sí por una
reflexión sobre la responsabilidad humana ante la misma muerte y, también por
un poco menos de angustia y ansiedad en las decisiones al respecto… Y si abogo
por la responsabilidad del hombre, lo hago precisamente partiendo de una
perspectiva específicamente teológica, que quiere tomar en serio la fe en la
vida no sólo temporal sino eterna. Porque el hombre no muere absurdamente hacia
la nada, sino hacia la realidad última y primera de todas, su muerte no es una absurda salida y
desesperación, sino una entrada y vuelta al hogar».
Y concluye
contemplando la muerte cristiana como «medio de revelación, forma de acción
de Dios, símbolo de lo divino, mediante el cual lo divino mismo se nos
comunica», porque
desde la resurrección de Jesucristo a la muerte le fue quitado su aguijón; «desde
entonces, en una confianza razonable, podemos contar con que en el ser humano
no hay ninguna sima profunda, ninguna culpa o indigencia, ninguna angustia de
muerte o abandono, que no esté ya abarcada por el Dios que siempre, incluso en
la muerte, va por delante de los hombres. Desde entonces podemos con toda
confianza suponer que no morimos hacia una oscuridad, un vacío, una nada, sino
morimos hacia un nuevo ser, hacia la plenitud, el pleroma, la luz de un día del
todo distinto, y que para ello no tenemos que hacer nada nuevo, sino únicamente
dejarnos llamar, conducir, llevar».
Pero es en Morir con dignidad / Un alegato a favor de la
responsabilidad, publicado en el año 1997 juntamente con Walter
Jens, donde se expresa mucho más contundentemente cuando dice esto:
«Las personas
libres tienen el derecho e incluso la obligación de tejer y destejer el telar
de sus vidas de acuerdo a los tiempos, a su salud, a sus metas, a sus conceptos
de entereza y a su definición de ética». (pág. ?)
«Una vía media,
cristiana y humanamente responsable entre un libertinaje antirreligioso
(«derecho ilimitado a la muerte voluntaria») y un rigorismo reaccionario
desprovisto de compasión («aun lo insoportable hay que soportarlo como dado por
Dios y poniéndose en sus manos»)... convencido de que Dios... que ha donado la
libertad al hombre y le exige la responsabilidad de su vida también ha confiado
precisamente al ser humano moribundo la responsabilidad y la decisión en
conciencia sobre el modo y momento de su muerte. Una responsabilidad que ni el
Estado ni la iglesia, ni el médico ni el teólogo pueden arrebatarle». (pág. 54)
«Precisamente
porque estoy convencido de que con la muerte no termina todo, no me va tanto en
una prolongación indefinida de mi vida... y mucho menos en condiciones ya no
dignas de seres humanos. Precisamente porque estoy convencido de que estoy
destinado a otra vida nueva, me considero como cristiano con la libertad
otorgada por Dios de participar en la determinación de mi morir, del modo y
momento de mi muerte —en tanto me sea concedida esa posibilidad—. Claro que no
debemos reducir la cuestión de la muerte humanamente digna a la pregunta por la
eutanasia activa, pero tampoco podemos seguir prescindiendo de ella. Una
responsabilidad digna de seres humanos sobre el morir forma parte de la muerte
digna, y esta afirmación no implica desconfianza o soberbia ante Dios, antes
bien es una inquebrantable confianza en Dios, que no es un sádico, sino el Dios
misericordioso cuya gracia es eterna». (pág. 55)
Y yo, que creo que
Hans Küng considera que su vida está colmada, plena, harta, a rebosar, entiendo
que no la quiera retener inútilmente sino que desea entregarla a las manos
maternales de Abba.
Pero no comprendo… ni comparto.
Pues más claro no lo puede decir a tenor de los textos que has reproducido. Cuando alguien hace algo así con tanta lucidez y tan bien argumentado, es coherente, es libre y es valiente. Yo creo que no se trata de comprender y menos de compartir tal decisión si no, sólo y nada más, de aceptarla; además no queda otra son decisiones que corresponden sólo y exclusivamente a quienes las toman. Así que debemos estar abiertos a aceptarlo. Eso creo.
ResponderEliminarBesos
Pero no me parece correcto el silencio en este caso. Me he visto obligado a expresarme, porque está levantando tanto polvo esta noticia…
ResponderEliminarSi Küng es coherente con lo que ha venido diciendo a lo largo de su vida, sin embargo supongo que también, al hacer pública su última decisión, de alguna manera nos invita a opinar, no sólo a leer.
Maestro en tantas cosas, en esto en concreto se me hace cuesta arriba.
Besos
El respeto por las decisiones que los demás toman sobre la vida y la muerte es una de las cuestiones que mas me cuesta aceptar, pero no me queda otra "o acepto ó acepto".
ResponderEliminarClaro que podemos expresarnos y hasta podemos hablar horas y horas, incluso entrar en una rabia incontrolable, pero siempre llegaríamos a la misma "respetar y aceptar".
Mira Julia que claro lo tiene.
Besos
Ya ves, Laura, así somos las personas. No tenemos por qué ver las cosas de la misma forma. Sin embargo el ser humano quiere comprender. Cuando se consigue, y cuando no también, muchas veces no queda sino callarse. Pero si no lo hacemos tampoco pasa nada, en el sentido de que está bien que nos expresemos, es nuestro derecho. Sólo y cuando rozamos el derecho de otros, su autonomía y dignidad, tenemos que parar.
ResponderEliminarNo obstante en este asunto hay quien piensa que sobre la vida del ser humano también los demás tenemos alguna responsabilidad. “Mi cuerpo es mío” sí, pero no sólo “tuyo”, también eso es compartido. Corresponsables, que es un paso más que solidarios.
En fin, es un asunto muy espinoso, y no creo que se pueda resolver de un plumazo.
Lo que sí está claro para mí es que las leyes penales no tienen cabida en él, no resuelven nada prohibiendo o amenazando con penas.
Besos