Esta exclamación la
escuché muchas veces, en casa y fuera de ella. Se decía cuando alguna cosa no
salía, por más que se hubiera puesto mucho afán. Yo mismo lo dije muchas veces,
por ejemplo cuando rompía un huevo de gallina que se había corrompido; no
conozco olor peor que ése. Lo escuché en boca de mucha gente que, sin taparse
la nariz, se horripilaba de los abusos de los que siempre están, han estado, y
seguirán ocupando lugares de ordeno y mando. Una enfermedad inesperada, una
panera semivacía tras la cosecha, un campo arrasado por el nublado, perder el
coche de línea que acercaba a la capital una sola vez al día, en fin, cualquier
contratiempo sin importancia pero convertido en capital por lo que fuera, era
contestado con el consabido ¡quiasco de vida!, equivalente al también utilizado
por algunos ¡dita sea! (traducción: maldita sea).
Y bajando el tono,
también mi madre lo decía cuando al volver a la labor se encontraba con que los
puntos habían salido de la aguja de tejer, y tenía entonces que volver a enhebrarlos
para seguir con el delantero o la manga del jersey que tricotaba.
Pero cuando sonaba en
tono mayor era cuando disgustada por lo que acababa de saber, perdía del todo la
sonrisa y con el gesto severo dejaba caer un ¡quiasco! rotundo e inapelable.
Generalmente ocurría cuando el asunto era referente a la familia o a sus
amistades más cercanas. Como si hubiera descubierto que allí donde alguna vez
tuvo confianza, ahora ésta se hubiera convertido en polvo, y una brisa brusca
lo hiciera desaparecer.
No es que nadie
sintiera asco de la vida cuando se expresaba así. Simplemente se hacía hincapié
en el disgusto, más que cabreo propiamente dicho, que suponía encontrarse ante
una situación, bien azarosa, bien provocada, que ponía a las claras la propia
escasa o nula valía, la inutilidad de cualquier esfuerzo hecho o por hacer, la
inevitabilidad de lo que a todas luces ya se sabía que era imposible de evitar.
Pasando a mayores,
mismamente yo me he escuchado diciendo ¡quiasco! ante situaciones que no por
previsibles eran bien recibidas. Me ha ocurrido haciendo mis chapuzas, en
reuniones entre compañeros clérigos, ante documentos o noticias tanto políticas
como religiosas, oyendo que un vehículo arrolló a unos cicloturistas en una
recta en pleno día, o sencillamente leyendo comentarios en algunos lugares de
internet.
Y he dicho ¡quiasco
somos! cuando veo las cifras de los muertos por hambre que ocurren cada día en
este mundo donde sobran alimentos, pero se tiran para que los precios se
mantengan.
Y no ha pasado nada.
Ahora, porque un cantautor valenciano, que en realidad es nacional y
planetario, genial como pocos en este panorama de zafios y corruptos a tantos
el kilo, va y dice que ¡le da asco ser español! se arma la marimorena.
¡Bote, bote, bote!
¡Maricón el que no bote! Si existe alguna persona en este país que no sienta
verdadero asco ante el panorama que tenemos, o vive en la luna, o tiene alguna
parte y algún arte que ocultar.
O sencillamente ha
perdido todos sus sentidos, porque ni ve, ni oye, ni siente…
Oye que he hecho un comentario y el aparato éste no sé que ha hecho, dice que ha sido un error y que vuelva a intentarlo.
ResponderEliminarNo puedo repetir lo que he escrito, me sale según escribo.
Besos
Sí señor, Albert Pla es el candor hecho ser humano, la limpieza que irradia su ser ya la quisieran para sí estas bandas que nos ocupan cada vez más las vidas. O no, porque en la mediocridad y zafiedad, como tú dices, se deben de sentir cómodos, no les da p'a más el magín. ¡Qué asco de gentes! ¡Viva el Albert Pla!
ResponderEliminarBesos