¿Sería una premonición?



La muerte de Juan Luis Panero, el mayor de los tres hijos de Leopoldo Panero, me parece significativa desde el momento en que hace poco recordaba en este blog a su padre, tras estar todo un día rumiando unos versos suyos. Hablaban de tristeza. Pero también de fe y de confianza; en suma, de una esperanza que alcanza mucho más allá de donde llega la mirada.
No soy aficionado a la poesía. Sólo de algunos poemas que me llegan guardo algunos versos. De sus autores voy desgranando en mi pequeño mundo retazos, y si puedo, textos completos.
No parece simple casualidad que de Leopoldo Panero haya hecho mención por partida triple, que resulta cuádruple con ésta. Su expresión no me resulta extraña, ni elitista; sino cercana, con la proximidad que da la misma tierra castellana: palabras justas y adornos los necesarios.
Sus hijos parece que vivieron una desestructuración familiar y personal que hizo de ellos, poetas Juan Luis y Leopoldo María, seres desarraigados, torturados y autodestructivos (?). El caso es que no me han interesado y no les he leído.
Hoy, El País, en la nota necrológica del finado Juan Luis Panero, incluye un poema suyo de 2002 y este epitafio: “Frente a mí, imperturbables, desveladas,/pasan, en silencio, vida y muerte,/evitando, con un rictus cansado,/este fantasma insomne, este papel en blanco,/esta hoguera apagada que perdura”. Son las palabras finales de un poema de su primer libro. Podrían haberlo sido del último porque Juan Luis Panero escribió siempre variaciones sobre un mismo tema: su vida, la vida, la muerte, su muerte.
De ninguno de los dos textos citados puedo decir nada apetitoso. No sólo no me aportan nada; al contrario, me provocan zozobra, incluso miedo.
Por eso, recurro de nuevo a su padre, y, aprovechando la inmensa luna que preside la noche de este día, coloco este rosario de “versos polimétricos en estrofas no isométricas”:



          Tú que andas sobre la nieve

          Ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que Tú,
          dime quién eres.
          Dime quién eres y qué agua tan limpia tiembla en toda mi alma;
          dime quién soy también;
          dime quién eres y por qué me visitas,
          por qué bajas hasta mí, que estoy tan necesitado,
          y por qué Te separas sin decirme Tu nombre,
          ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que Tú.

          Ahora que siento mi corazón como un árbol derribado en el bosque,
          y aun el hacha clavada en él siento,
          aun el hacha y el golpe en mi alma,
          y la savia cortada en mi alma.
          Tú que andas sobre la nieve.

          Ahora que alzo mi corazón, y lo alzo
          vuelto hacia Ti mi amor,
          y lo alzo
          como arrancando todas mis raíces,
          donde aún el peso de tu cruz se siente.

          Ahora que el estupor me levanta desde las plantas de los pies,
          y alzo hacia Ti mis ojos,
          Señor,
          dime quién eres,
          ilumina quién eres,
          dime quién soy yo también,
          y por qué la tristeza de ser hombre. Tú que andas sobre la nieve.

          Tú que al tocar las estrellas las haces palidecer de hermosura;
          Tú que mueves el mundo tan suavemente que parece que se me va a derramar el corazón;
          Tú que habitas en una pequeña choza del bosque donde crece tu cruz;
          Tú que vives en esa soledad que se escucha en el alma como un vuelo diáfano;
          ahora que la noches es tan pura,
          y que no hay nadie más que Tú,
          ¡dime quién eres!

          Ahora que siento mi memoria como un espejo roto y mi boca llena de alas.
          Ahora que se me pone en pie,
          sin oírlo,
          el corazón.
          Ahora que sin oírlo me levanta y tiembla mi ser en libertad,
          y que la angustia me oscurece los párpados,
          y que brota mi vida, y que Te llamo como nunca,
          sosténme entre Tus manos,
          sosténme en la tiniebla de tu nombre,
          sosténme en mi tristeza y en mi alma,
          Tú que andas sobre la nieve…

Leopoldo Panero. Escrito a cada Instante, 1949. Poema dedicado a Luis Felipe Vivanco

1 comentario:

  1. Aquel que siente el Misterio último de quien ES,
    siente el anhelo de volver al origen primero, a la Morada en una "especie "de morriña constante, se vive entre el cielo y la tierra en un espacio sin amo y sin meta en un permanente "sosténme entre Tus manos...Tú que andas sobre la nieve..."

    Besos
    Laura

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