¡Limpio como el agua cristalina!



Sí, sí… limpio y claro… Eso es lo que aparenta. Miras el fondo y de tan cerca que lo ves quieres tocarlo con las manos. Luego te zambulles y las burbujas que produces según te mueves y nadas dan la impresión de que estás en la más pura de las fuentes que en la naturaleza se puedan dar. Incluso te apetecería abrir la boca y dejar que penetrara ese líquido que no se ve, pero que sabe a rayos por culpa de lo que sea que le echan para que no te envenenes.
El caso es que ayer, justo antes de tirarme al agua, se desprendió el almohadillado de la gafa, y tuve que rescatarlo antes de que se sumergiera. Me entretuve un buen rato en volver a ajustarlo, porque sin lentes de cerca empiezo a ser bastante patosón. Al fin lo conseguí y terminé mi serie habitual sin mayor percance.
En casa, con calma, desmonté el artefacto y pude comprobar la mierda que se había acumulado entre las rendijas y junturas de plástico, silicona y goma. Puro barro, más bien pecina, que diríamos en mi pueblo.
¿Esto es lo que tiene el agua de la piscina reglamentaria debidamente adobada con todos los permisos y certificaciones de idoneidad, salubridad, competitividad, ph incorporado, temperatura, salinidad y ausencia de elementos patógenos, en la que me paso inmerso más de media hora cada día, siete días a la semana, los trescientos sesenta y cinco que constituyen el año?
Milagro es que aún respiro, que mi piel parece sana y lustrosa al menos a primera vista, y que mi estómago, mis riñones, mi hígado y mi bazo no están en proceso de putrefacción; sino que aparentemente, al menos, gozan de buena salud.
Será que la mierda que no mata, engorda.
Pero claro, ahora que lo he visto, ¿con qué corazón me vuelvo a meter ahí y pruebo siquiera a abrir los ojos o la boca? ¡Si hasta me están entrando ganas de ponerme tapones en todos y cada uno de los orificios de mi cuerpo para que no me penetre nada de ese líquido “miasmoso” (cf. miasma: 1. m. Efluvio maligno que, según se creía, desprendían cuerpos enfermos, materias corruptas o aguas estancadas. U. m. en pl.),  que ni es visible ni oloroso, pero que sabe a rayos y pica en los ojos…!
Otra parábola de esta vida que vivimos. Lo que no se nota, como que no existe. Ojos que no ven, corazón que no siente.
No se lo diré, a mi corazón quiero decir, para que no sufra.



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