Confieso que me sentó fatal que aquel señor dijera aquello cuando don Ricardo, al que conocí casualmente en una reunión de las diócesis de Castilla y León en Villagarcía de Campos como obispo de Palencia, asumió la sede episcopal de Bilbao. Por entonces no tenía de él mayor información. Luego sí, me fueron llegando más cosas.
Así que cuando mi diócesis quedó sede vacante, hice unas cuantas novenas por ver si conseguía que don Ricardo se viniera para acá, ya que estaba entre los posibles. Y entre éstos, el mejor sin duda era él.
Si fueron las novenas, o si fue el Espíritu Santo, por no mencionar las maniobras políticas para que no fuera destinado a otros lugares de más tronío, el caso es que aquí está. Y me alegro.
Ayer se celebró que hiciera veinticinco años que fuera consagrado obispo; es decir, sus bodas de plata episcopales. Y con tal motivo El Norte de Castilla publicó este escrito del teólogo Olegario González de Cardedal, que le conoce muy bien por paisanaje y por haber pertenecido al claustro de la Ponti de Salamanca.
Así que tengo el gusto de publicar esta primicia informativa.
Martes 28.05.13 EL NORTE DE CASTILLA
«¡Tú me levantas,
tierra de Castilla!»
ITINERARIO DE MONSEÑOR
RICARDO BLÁZQUEZ
El teólogo abulense narra
para El Norte de Castilla los escenarios de la trayectoria vital del arzobispo
de Valladolid, nacido también en Ávila, con motivo de los veinticinco años de
su consagración episcopal.
Los hombres somos fruto de naturaleza, y de
historia, de un legado de origen biológico, que los científicos llaman 'genes'
y de otro legado de origen cultural que a su vez llaman 'memes'. Pero a esos
dos elementos predeterminantes adviene aquella chispa, rescoldo impagable de la
presencia de Dios en el hombre, que son la inteligencia y la libertad propias
de cada uno y con ellas hacemos nuestra historia, llegamos a ser personas y
construimos un proyecto mediante el que aportamos cada uno nuestra parte al
destino común. ¿Cuáles han sido los pasos fundamentales en el curso vital de quien es hoy sucesor de los apóstoles en
Valladolid, cabeza de la Iglesia y en calidad de tal mensajero y altavoz de
Cristo?
1 El hombre de las alturas de Gredos. No es igual nacer al
borde del mar con sus horizontes extendiéndose hasta el infinito, con el
concierto visible y sonoro de las olas que se suceden amorosa o violentamente,
dejando en el corazón del hombre un rumor de armonía y de paz absolutas, que
nacer en medio de una llanura, o en las cumbres de una montaña. Villanueva del
Campillo es una altiplanicie, valle de alta montaña, con los picos del Almanzor
en el fondo, unas praderas feraces donde se alimentaron rebaños y boyadas, que
trashumaban de los agostaderos de verano a las dehesas de Extremadura.
Villanueva, con restos arqueológicos únicos, con una abadía e iglesia
catedralicia. En esa altura nació y ha permanecido hasta hoy, enhiesto y
arraigado nuestro protagonista.
2 El sacerdote abulense. Primero fue la larga
formación humanística de Arenas de San Pedro en la que prevalecían junto a la
literatura y las matemáticas, las lenguas clásicas griego y latín por un lado,
francés y alemán por otro. Y tras los correspondientes años de estudio de la
filosofía y la teología es ordenado sacerdote en Ávila. A esa ordenación habían
precedido cuatro años de magisterio y colaboración con un gran maestro de
espiritualidad y de preparación para el ministerio sacerdotal: don Baldomero Jiménez
Duque; rector del Seminario de Ávila, guía de generaciones sacerdotales. Su
vida, su espiritualidad y sus libros fueron la fragua para el ministerio apostólico
del futuro obispo, pues no pasaron en vano los cuatro años que fue su
secretario particular.
3 El profesor y vicerrector de la Universidad
Pontifica de Salamanca. Ávila y Salamanca siempre estuvieron muy cercanas espiritual
y teológicamente ya desde los años de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la
Cruz. Pero antes de llegar a la capital del Tormes Don Ricardo tuvo que hacer
una segunda navegación por Roma, y una tercera navegación por Alemania, en
vistas a adquirir una formación teológica a la altura del Concilio Vaticano II,
de la exégesis moderna, de la teología en su historia y del pensamiento ecuménico
contemporáneo. En la Universidad Gregoriana (Roma) hizo su doctorado bajo la
dirección de un gran maestro, el Padre jesuita Z. Alszeghy, concluyendo su
tesis en 1972 y publicándola en Vitoria 1976. Comenzaba así la preparación para
el magisterio teológico en las aulas y para el ejercicio de escribir. Después
de aquella tesis sobre un autor protestante, 'La Resurrección en la cristología
de Wohlfart Pannenberg', que le abría al mundo ecuménico, hasta el libro que
aun tiene reciente la tinta: 'Del Vaticano II a la nueva evangelización' han
ido apareciendo uno tras otro, hasta la quincena, sus nuevos libros.
4 El obispo de la iglesia diócesis tras diócesis. Tras el ejercicio de la
docencia y el cargo de gobierno en la Universidad Pontificia de Salamanca, este
castellano de tierra alta es trasplantado a Galicia como obispo auxiliar del señor
arzobispo don Antonio M. Rouco Varela. Quienes asistimos a su ordenación
episcopal nunca olvidaremos la tarde de la despedida: llovía, llovía, llovía y
no cesaba de llover. El se quedaba allí solo bajo tanta lluvia mientras
nosotros nos volvíamos a la clara luz y limpio cielo de la meseta. Aprendizaje
de situaciones, costumbres, historia y lengua en colaboración generosa con
quien le había elegido, con los sacerdotes y el pueblo llano. Su primer
traslado es a Palencia para suceder al obispo agustino Nicolás, que habiendo
renunciado a la diócesis palentina marcha a Bolivia. Luego vendría el segundo
traslado a tierras más lejanas, la diócesis de Bilbao, en una geografía,
historia eclesial, social y política, necesitadas de claridad, concordia y paz.
Y desde allí, cuando los años, la experiencia y la diversidad ya habían
configurado en plenitud la raíz y el tronco de su vida, la venida a Valladolid.
5 El guía de la iglesia en España. Después del Concilio
Vaticano II se pusieron en marcha las instituciones colegiales en la iglesia;
en este caso la Conferencia Episcopal, órgano de gobierno y orientación
pastoral para todas las diócesis de España. Las diversas Comisiones fueron
asumiendo responsabilidades en el campo de la clarificación de cuestiones de
fe, de criterios de acción pastoral y moral, de temas litúrgicos y otros. Don
Ricardo presidió repetidas veces la Comisión Episcopal de la fe, cuya misión es
promover su comprensión y actualización, verificar la autenticidad de las
propuestas teológicas y pedagógicas que se hacen de la fe en la iglesia. Tarea
sagrada y delicada, que hay que ejercer con inmenso respeto tanto a la realidad
creída (Sagrada Escritura, Credo, Tradición apostólica) como a los sujetos que
la enseñan y a los que la reciben. La responsabilidad máxima para la dirección
de la Iglesia en España le llegó cuando fue elegido presidente de la
Conferencia Episcopal primero y luego vicepresidente.
6 El responsable de la Iglesia universal. Cada obispo forma parte
del colegio apostólico al que le están encargados la atención y servicio a la
iglesia como unidad y totalidad, de forma que le compete no sólo la
responsabilidad particular de su diócesis, sino también en comunión con los demás
obispos y con el Papa el cuidado de la Iglesia católica. Esa función la cumplen
de manera especialmente visible y eficaz en los Concilios ecuménicos y en los Sínodos.
Don Ricardo ha participado en varios de estos de manera muy significativa.
Algunas. de sus intervenciones pasaron literalmente a las Proposiciones finales
y a la Declaración que el Papa ofreció luego a toda la Iglesia. Junto a este
trabajo ha tenido que cumplir encargos pontificios a la hora de visitar instituciones,
ofrecer informes y orientar futuro. El desde sus primeros orígenes había
percibido los riesgos y la real fecundidad posible de los nuevos movimientos si
se los acompaña con cercanía amorosa, se los orienta con libertad y se los
ayuda con vigilancia en sus momentos críticos.
7 El metropolitano de Valladolid. En su madurez episcopal
y tras largos años de experiencia ministerial vuelve a Castilla en momentos
gozosos pero no fáciles de nuestra historia religiosa y humana. Es la región más
extensa de Europa, la que quizá tenga mayor patrimonio artístico y más gloriosa
historia detrás de sí. Todo ello es fuente de gozo pero a la vez de pesadumbre,
porque nada de lo anterior perdura si no es acompañado con nuevas creaciones.
Castilla fue primero deforestada en sus árboles para construir galeones camino
de América y luego despoblada de sus hombres, por la emigración camino del país
vasco, Cataluña y Europa. Hay que crear nuevas fuentes de vida y de riqueza, de
ilusión y de esperanza. No pocas iniciativas sociales, políticas y eclesiales
van en esa línea: por ejemplo las Edades del hombre a lo largo de sus 25 años
han sido regeneradoras de la propia conciencia, una palanca de nuestra dignidad
colectiva y un afluente de riqueza para nuestra economía. Con ellas la Iglesia
ha puesto a disposición de todos los tesoros de cultura y arte que habían
nacido de su fe. En Castilla tenemos naturaleza y paisaje únicos por un lado y
por otro historia y cultura. Junto a ellos necesitamos ciencia y técnica
nuevas, propuestas económicas y esperanza social. La Iglesia es consciente de
esta situación y de su responsabilidad específica en este orden. Ambas tienen
en el Arzobispo de Valladolid un intérprete lúcido y un valedor generoso.
CODA ¿Quien hay detrás de esta historia? Un hombre, un
sacerdote, un obispo que viene de lejos con saber y ciencia asimiladas y
ejercitadas, capaz de hacerlas destilar en sabiduría personal, sumando lo
universal con lo particular y desde esto avizorar la esencial y eterno. Son
Proverbiales la humilde capacidad de concordia que posee, junto con su mesura y
moderación. Él sabe que el tiempo es buen sanador en un sentido y buen
constructor en otro, por eso no se precipita ni se deja aturdir por gritos y
susurros. Su palabra es serena y atenida a la realidad a la vez que siempre
atenta a la persona. Sabe oír y sabe esperar. Es bueno. La sobriedad castellana
nos prohíbe callar pero nos impide decir más.
Y completo esta
entrada con palabras propias del interesado, Don Ricardo Blázquez, ayer tarde
en la catedral de Valladolid, durante la celebración de la Eucaristía, a la que
no pude asistir, lamentablemente.
HOMILÍA EN LA
CELEBRACIÓN DE LOS XXV AÑOS
DE LA ORDENACIÓN
EPISCOPAL
Hoy hace 25
años recibí la ordenación episcopal en la catedral de Santiago de Compostela,
en que se veneran la memoria y el sepulcro del Apóstol. Coincidió con el
domingo de la Santísima Trinidad. Es una duración considerable para celebrarlo
con familiares, amigos y
diocesanos. Saludo cordialmente a los señores obispos que han querido unirse
conmigo a esta solemne acción de gracias a Dios, muestro mi respeto a las
autoridades, manifiesto mi afecto a los fieles de las diócesis donde he
ejercido el ministerio episcopal, Santiago, Palencia, Bilbao y Valladolid. A
unos en la distancia geográfica y a otros en la convivencia diaria me siento
vinculado con los lazos de la gratitud. ¡Gracias a todos por vuestra presencia
y oración!
1.-
El Papa Juan Pablo II al terminar el Jubileo del Año 2000 y al comenzar el tercer
milenio, nos invitó «a recordar con gratitud el pasado, a vivir con intensidad
el presente y abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer,
hoy siempre”( Heb.13,8) ( Novo Millenio Ineunte,1)». En la presencia del
Señor se dilata el alma hacia el pasado, se concentra en la actualidad y se
inclina hacia el futuro. Quiero
vivir ante Dios consciente de lo que he recibido, de lo que he faltado y de lo
que debo a la misión encomendada.
Recuerdo
hoy a cada una de las diócesis con sus presbíteros, diáconos, consagrados y
religiosos de vida apostólica y contemplativa, laicos y laicas, con quienes
compartí la gracia de la fe cristiana, a los que quise y quiero servir
pastoralmente. De manera particular quiero agradecer la ayuda de obispos
auxiliares, vicarios y otros colaboradores más cercanos sin cuyo apoyo no hubiera
podido cumplir el ministerio encomendado. Lo que emerge ante todo en mi vida,
en este alto del camino de los XXV años, es la gratitud a Dios porque se fió de
mí y me confió el ministerio episcopal (cf.1 Tim.1,12). Con un salmo proclamo
ante todos: ”El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por
todas las edades” (Sal.99,5). Cuando miro hacia atrás siento que el agradecimiento a todos es como el
perfume de la memoria del corazón (R.Guardini).
He
prestado mi servicio en Santiago de Compostela como Obispo Auxiliar, como Obispo
en Palencia, en Bilbao y ahora lo cumplo en Valladolid. En todas las diócesis
me he sentido profundamente integrado; he querido caminar como pastor unido al
rebaño. El paso de una diócesis a otra ha sido como un trasplante; al principio
se experimenta que se rompen raíces vivas, pero pronto he arraigado hondamente
en el nuevo hábitat. Poco a poco se hace perfectamente compatible el recuerdo
amoroso de las personas ya distantes y el amor de las personas del nuevo
espacio eclesial y humano. Con el recorrido de las diversas estaciones vitales
se hace acopio de numerosas experiencias enriquecedoras, ensanchándose el
corazón a dimensiones amplias y de largo respiro. Nada se cancela ni desplaza;
todo se integra en la unidad vital de pasado, presente y futuro. Concluyendo:
Agradezco a Dios haber pasado por Santiago de Compostela, Palencia y Bilbao y
por estar ahora en Valladolid; a todos en esta hora tan significativa para mí
manifiesto mi gratitud.
2.-
Presidió la ordenación episcopal el Arzobispo de Santiago de Compostela Mons.
Antonio Mª Rouco Varela y en su homilía unió particularmente la fiesta de la Santísima
Trinidad
con la ordenación episcopal. En efecto, la Trinidad Santa es el fundamento del
ministerio episcopal. La unción del Espíritu Santo configura al obispo con
Jesucristo, capacitándole para continuar su misterio a favor de la Iglesia.
Estos son los rasgos del Buen Pastor Jesús, que debe transparentar el obispo:
“Caridad, conocimiento de la grey, solicitud por todos, misericordia para con
los pobres, peregrinos e indigentes, ir en busca de las ovejas extraviadas y
devolverlas al único redil”. Cada obispo debe “velar con amor” por la grey que
preside “en el nombre del Padre, cuya imagen hace presente; en el nombre de
Jesucristo, su Hijo, por el cual ha sido constituido maestro, sacerdote y
pastor; en el nombre del Espíritu Santo, que vivifica la Iglesia y con su
fuerza sustenta la debilidad humana” (Pastores gregis, 71).
El
entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, y hoy
querido Papa Francisco, habló en el Sínodo de 2001 sobre el velar del obispo
como virtud esencial de su ministerio. He aquí sus palabras: «Una de
las imágenes más fuertes de esta actitud es la del Éxodo en la que se nos dice
que Yahvé veló a su pueblo en la noche de la Pascua, llamada por ello “la noche
de la vela”. Lo que deseo es resaltar esa peculiar hondura que tiene el velar
frente a un supervisar de manera más bien general o una vigilancia más puntual.
Supervisar hace referencia más al cuidado de la doctrina y de las costumbres,
en cambio velar dice más a cuidar que haya sal y luz en los corazones. Vigilar
habla de estar alerta al peligro inminente, velar en cambio, habla de soportar,
con paciencia, los procesos en los que el Señor va gestando la salvación de su
pueblo. Para vigilar basta con ser despierto, astuto, rápido. Para velar hay
que tener además la mansedumbre, la paciencia y la constancia de la caridad
probada» (Intervención en el Sínodo de los Obispos el 2 de octubre de 2001).
“Velar con amor” sobre la grey, que dice la exhortación apostólica
postsinodal, implica, además de custodiar la verdad recibida y estar alerta a
las acechanzas que amenazan el rebaño, atender con amor y proximidad a cada
persona confiada. El Buen Pastor conoce, ama y expone su vida generosamente por
el rebaño.
3.-
Elegí como lema de mi episcopado la palabra latina “resurrexit” (resucitó), probablemente
porque en ella se condensan muchas horas de estudio y mucho tiempo de oración y
predicación. El lema está tomado de un texto de San Pablo citado en la
alocución pronunciada al final de mi ordenación episcopal: “Os recuerdo,
hermanos, el Evangelio que os prediqué y que vosotros recibisteis, en el que
estáis fundados y que os está salvando, si lo guardáis tal y como os lo
prediqué. Porque yo os trasmití en primer lugar lo que yo también recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y
que resucitó (resurrexit) al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció
a Cefas y más tarde a los Doce” (1 Cor.15,1-5). El anuncio de la resurrección
de Jesús crucificado pertenece al corazón del ministerio apostólico.
La
fe en la resurrección de Jesucristo es el fundamento de una vida nueva.
Renacemos por la resurrección del Señor para una esperanza viva (cf. 1 Ped.1,
3-5). Por ello la esperanza en Dios no defrauda. Aunque en la vida de todo
ministro del Evangelio haya muchos trabajos y sufrimientos, son más fuertes el
gozo, la serenidad y la confianza en el Señor. Los cristianos estamos llamados
a sembrar semillas de esperanza; también en la presente hora de nuestro mundo
es posible la esperanza. Jesús que hizo suyos en la cruz la pobreza, el pecado,
el dolor y la debilidad de los hombres, continúa iluminándonos con la resurrección.
La victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte es para nosotros fuerza
permanente para levantarnos de la postración y para superar el temor ante las
adversidades del camino. Si el Señor está por nosotros, ¿quién podrá contra
nosotros? (cf. Rom.8,31ss.). La resurrección de Jesucristo, asimilada por la
fe, es la garantía de que la esperanza no es una ilusión, sino el principio de
un mundo nuevo y mejor. Anunciar la esperanza, ser testigos de esperanza,
sembrar semillas de esperanza es un precioso servicio que unos a otros debemos
prestarnos y que la Iglesia tiene como misión irradiar sobre la humanidad.
4.-
El Evangelio que hemos escuchado nos invita a seguir a Jesús sin echarnos atrás
y sin buscar salidas de falso éxito. Ante el anuncio por parte de Jesús de lo
que le aguarda en Jerusalén, hacia donde va subiendo, los discípulos no
entienden, lo siguen a duras penas, van como a remolque, y aspiran a otras formas
de realización junto a Jesús que Él mismo desaprueba. Juan y Santiago pusieron
palabras a sus deseos pero los demás compañeros pensaban lo mismo, como
manifiesta el enojo que sintieron por el descaro de Santiago y Juan.
Jesús
da un vuelco a nuestros proyectos: Es grande el que se hace servidor, es
primero el que elige ser esclavo de todos. Y esta exhortación de Jesús a sus
discípulos, a los que quiere transmitir la lección más difícil del Evangelio,
está fundada, precedida y ejemplarizada por el mismo Jesús: “No ha venido para
que le sirvan, sino para servir y dar la vida por todos” (cf. Mc.10,43-45).
Jesús es el Maestro y su vida es la lección para los discípulos de la primera
hora y para los discípulos de todos los tiempos.
Al
celebrar los XXV años de la ordenación episcopal quiero escuchar las palabras
que preceden al texto de Juan Pablo II, citado al principio: “ Duc in altum” (Lc.5,4), rema mar
adentro, asciende con Jesús a Jerusalén por el camino de la Pascua.
¡Que
Santa María la Virgen, Madre del Señor y nuestra Madre, nos enseñe a seguir por
todos los senderos del mundo a su Hijo Jesucristo!.
Valladolid, 29 de mayo de 2013
Mons. Ricardo Blázquez
Arzobispo de Valladolid.
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