Manifiesto
Perpleja y
confundida me quedé cuando recibí la llamada para elaborar el Manifiesto del
año 2003. Pensé ¿Por qué yo?, ¿por qué habiendo tantas mujeres importantes y de
tanta valía se les ha ocurrido pensar en mí? ¿Quién soy yo?
Soy mujer y soy
trabajadora, es verdad. Pero, una simple mujer trabajadora, -como el puñado de
miles de millones de mujeres-, de las que nunca ocuparán una línea en los
manuales de historia, reservados para quienes realizan gestas importantes.
Pertenezco a ese
colectivo silencioso, las mujeres de ahora y de siempre, que ha hecho posible
que la humanidad evolucione hasta hoy, desde el cuarto mundo hasta el primero.
Sólo en su nombre, y en concreto en el de las mujeres de la ciudad de
Valladolid, acepto hablar ahora y ofrecer este homenaje a las mujeres valientes
de aquí y de allá que, disimulando su maltrato físico y psicológico, sacan fuerza todos los días para comenzar de nuevo a vivir su
calvario; a las mujeres que no han podido nunca tener un libro en sus manos
para promocionarse; a esas otras que pasan tantas horas realizando las
"tareas" del hogar y son tan poco valoradas; a todas las mujeres de
antes, de ahora y de siempre, que con medios, conocimiento y liderando con
gallardía y tesón, o desde la pobreza, el anonimato y la falta absoluta de
ayuda, luchan para que sus derechos más fundamentales sean reconocidos y
satisfechos.
Hemos tardado
demasiado tiempo, más de veinte siglos, en llegar a donde estamos. Y cuando
pudiera parecer que nos encontráramos ya en la recta final de esta lucha, ¿por
qué cuando se habla de exclusión social, se habla de un grupo humano cuyo 70%
son mujeres?; ¿por qué cuando nos escandalizamos al enterarnos de que existen
los malos tratos, nos estamos refiriendo a víctimas inocentes de las que el 90% son mujeres?, ¿por qué cuando utilizamos
datos sobre la población en paro, la mayor parte de las veces con tanta
demagogia, estamos aludiendo a un sector de población constituido en su 65% por
mujeres? ¿Es esto estar al final de alguna lucha?
Las mujeres estamos
por ser reconocidas; porque todavía hay muchos países donde las mujeres, a
pesar de ser el cimiento de la sociedad, no pueden salir solas a la calle, no
pueden ir a la escuela, ni votar, ni casarse libremente, ni trabajar fuera del ámbito doméstico; porque todavía hay muchas
actividades en las que no pueden participar, muchos trabajos que las excluyen,
todavía hay muchos "cotos privados" sólo para hombres…
Y es que no en
vano, allá en 1789, cuando se promulgó en la Francia revolucionaria la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
como su propio nombre dice eran derechos del hombre y para el hombre. Y no hace
falta remontarnos tanto en el tiempo, apenas al año 1979, para comprobar que
una mujer en nuestro país no podía realizar sola operaciones como abrir una
cuenta en el banco, ejercer la patria potestad de sus hijos o ser propietaria
de una vivienda. Aún hoy son muchas las que por unas razones u otras no encuentran su lugar en la sociedad y sólo viven a través de otros: padres,
maridos o hijos.
Ya va siendo hora
de que se feminicen las instituciones, de que en nuestra vieja Europa haya
presidentas, diputadas, alcaldesas, juezas, albañilas, camioneras… , en
igualdad de condiciones; en fin, ya es hora de que llegue nuestra gran HORA, de
que nos reconozcamos a nosotras mismas nuestro valor dentro de una sociedad que
aún no entiende algo tan simple como que somos más de la mitad.
Debemos acabar con
atavismos y tópicos poniendo en evidencia su anacronismo y futilidad. Sabemos
que no somos iguales a los hombres, pero que sí tenemos los mismos derechos y,
lo que no es menos cierto, las mismas capacidades.
Tenemos que luchar,
porque la educación sirva para lo que realmente es importante: para eliminar
barreras de todo tipo para que los derechos diferenciales no supongan nunca un
obstáculo al desarrollo personal y espiritual de las personas. Cuando se ha
demostrado ya que entre nosotros y una mosca sólo hay una mínima diferencia de
ADN, ¡cómo vamos a admitir desigualdades por razón de sexo!
Debemos, además,
mirar a nuestro alrededor para notificar y denunciar que hay mujeres que
sufren, mujeres que vienen de países donde la pobreza no las permite vivir y
llegan aquí en muchas ocasiones para volver a ser excluidas, humilladas y
vencidas por una sociedad que las rechaza por pobres y por mujeres.
Y a vosotros,
compañeros, os quiero hacer un especial llamamiento: sois también necesarios para que la lucha empezada por nosotras, y que se
desarrolla desde los tiempos de Atapuerca, llegue a buen fin, que no es otro
que el que nos miremos de IGUAL a IGUAL, en derechos, en deberes y, en fin, en
el quehacer diario, que es donde realmente se forjan los
héroes y las heroínas.
Valladolid, 8 de
Marzo de 2003.
Pilar
Cortés
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