Tras la declaración
del pasado día once, corrido un tupido velo sobre lo acontecido en el tiempo
transcurrido hasta el día de autos, el mejor remate a la faena, en mi opinión,
habría sido salir usando las sandalias o en su lugar el transporte público.
Del mismo modo podría
haber empleado el tiempo breve, pero intenso de apenas quince días largos, para
lanzar al viento las verdades del barquero, ya que él era el timonel.
Incluso si hubiera
intentado desmantelar siquiera un poco, tan sólo levemente, el sinedrio; entonces
tal vez las habría considerado como lágrimas, no de arrepentimiento (tampoco
era necesario tanto), sólo de disculpa. Ser humano, sólo humano.
Este no es mi pedro.
Está nevando, hace
frío. Intento que mis dedos entumecidos pedaleen sobre el teclado, pero se
resisten.
Dentro de poco
conectarán todos los medios para ofrecer la magna despedida. Será urbi et orbe.
No quiero ser malo, no deseo que suene walkürenritt; esto
no es el apocalipsis, tampoco se acaba el mundo. Y mucho menos aún está en mi
intención que se armen de ardor guerrero precisamente los que están de más, y sin
embargo siguen, siguen, siguen…