Sobre como, por querer atajar en el camino, resulta que termino mucho más atrás que donde lo dejé



Aprendí a escribir a máquina por el método ciego, según el manual “Tratado teórico - práctico de Mecanografía” por León Sanz Lodre (utilísimo para aprender a escribir al “tacto”) en el año 1966. Mi olimpia splendid 33 me ha acompañado desde entonces, hasta que me ordené; quiero decir hasta que me pasé al ordenador.
Cuando me hicieron cambiar de equipo para tener conexión a internet, hube también de abandonar la vieja impresora a tinta. Había trabajado con las dos cosas sin mayor problema durante largos años. Estaba obsoleto, pero en buen uso. Se lo llevó alguien que lo seguirá usando, eso creo.
En su lugar tengo ahora un pantallón de mucho cuidado, que para verlo completo he de situarme a casi un metro de distancia. Y, como hice caso al técnico, me traje una impresora de postín, cara de salero, tan grande que no pude meterla en mi corsa, y fue necesario pedir una ranchera. Tampoco cabía en mi cuarto de estar, así que la instalé en otra habitación, con una conexión de casi diez metros. Nunca supe cómo extraer de ella todo su enorme potencial. A cambio, se rompió irremisiblemente a los dos años, justo cuando la garantía acababa de expirar. Fue para la basura, el punto limpio que tenemos en el barrio.
Volví a la andadas, con otra marca y más barata. A laser, color y no sé cuántas cosas más, mismamente como la anterior. También acaba de fallar a los veinticinco meses y cuatro días. Ya no hay garantía. Dicen que es una pieza, que a ver si la consiguen…
El caso es que llevo dos semanas escribiendo con mi vieja olimpia. Hacía que no usaba un teclado mecánico casi veinticuatro años, desde diciembre de 1988. Y así me va, escribiendo, mejor dicho emborronando los folios con tachaduras y correcciones. Y lento, desesperadamente lento.
Tengo en un armario guardada una olivetti eléctrica, conseguida en la Caja a los puntos. Está sin estrenar. He querido rescatarla del olvido, pero requiere manual de instrucciones, y ya no estoy para esos trotes.
O sea, que estoy como entonces, pero peor. Es decir, como el señor Mas, de Cataluña.
He vuelto a desempolvar el viejo manual de mecanografía por ver si ejercitándome un poco consigo recuperar mi antigua habilidad. No desespero. En esto le gano al Señor Mas, tengo toda la vida por delante.

4 comentarios:

  1. ...risas... De verdad que estas cosas pasan. Tengo una computadora en mi cuarto y está de adorno pues sin internet ¡No sirve! ¿Cuándo en otros tiempos?
    Un anecdotario muy entretenido, no tanto por lo que te pasa -peligrosamente familiar- sino por la forma de expresarlo

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  2. Sí, Alí Reyes H., podría reírme si no tuviera que imprimir urgentemente unas cuantas cosas y no me sirve ninguna de las "máquinas" que tengo aparcadas en mi pequeña casa.
    Esto ya parece el dique de amarre de viejas naves, muy brillantes por fuera, pero podridas por el salitre en sus adentros.
    Este modo de disfrutar de la tecnología punta no mola nada, nada, nada.

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  3. Ay, Miguel Ángel y lo que nos hemos reído con esto. Lo de ordenarte con el ordenador ha sido una fiesta. Yo también me quería ordenar, pero me di cuenta pronto que el desorden iba conmigo, y que mi ordenador no conseguía nada conmigo, cada vez más caótico y desastre.
    Eso que te te pasa se llama obsolescencia programada, y es una técnica para que las máquinas se hagan polvo en su determinado momento y la gente se fastidie y se compre otra. Ánimo, buen hombre, que tú, como dices, tienes toda la vida por delante. Un abrazo solidario.

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  4. Por supuesto, Fuensanta, mientras quede un hálito de vida, habrá vida por delante. De modo que estas máquinas lo tienen crudo si tienen el objetivo de des-ordenarme. Ya tengo un desorden suficiente conmigo mismo.
    Ya veo que te de compadeces de mí, sino que padeces conmigo. Eso está muy bien. Saludos.

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