Ropa limpia, ropa sucia



Esta que está ahí, como pidiendo perdón por la intromisión, es Pilar. Le están entregando un galardón. Y como piensa, o eso creo, que no hay motivo para ello no encuentra la postura o el gesto adecuado. Pero quienes se lo entregan sí lo tienen claro. La prueba es que han llamado al señor Alcalde de Valladolid, para que sea testigo de honor.
Alguien ha escrito estos días en los medios que la ropa sucia no se lava por más que se la ponga entre la ropa limpia. Yo añadiría que incluso es muy posible que la ropa limpia también termine ensuaciada, a las pruebas me remito.
Sin embargo, hablando de Pilar la cosa cambia. Y hablo con conocimiento de causa. A su lado no se ven las cosas sino como ella las ve, contagia a nuestros ojos el color de los suyos y, lo que parecería gris, se torna luminoso.

Propiamente no sé si son verdes, como dice José González Torices, porque, aunque muchas veces la he mirado de frente, no he sido capaz de quedarme en esa parte de sus ojos; más en lo profundo me ha ganado la llama de la obstinanción, que supongo tiene toda aquella persona que se atreve a vivir en la cuerda floja, allá arriba, sin importarle para nada la red que pueda estar tendida por si acaso. Esa seguridad, que no siempre permite que aparezca, tengo para mí que tiene su fuente en algún manantial de aguas muy particulares. Puede que sean las de su pueblo, Castromonte; puede que pertenezcan a otra dimensión.
El caso es que, volviendo al asunto de la ropa, puedo manifestar, y manifiesto, que como ropa sucia que soy, a su lado he mejorado bastante; no es que ya no me haga falta una buena mano de jabón, pero tengo un pasar aceptable. De todas las maneras a mí me parece que la arruga siempre es bella.

La asociación Leer es crear y la revista Profuturo han concedido a Pilar este diploma, que ella sostiene en la foto de allá arriba con más temblor que otra cosa, porque no es muy dada a este tipo de agasajos. Pero merecido, bien lo tiene. Puedo asegurarlo.

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Texto del escrito de José González Torices algo más legible:
Los ojos tienen alma. Alma que desciende por la mirada azul, inundada de alondras libres, de trigo de Castromonte, y de pateras de mares bruscos, horizonte incierto. Alma que se hace vocerío en las pa­labras gozosas; que salpican del corazón. El alma de uno es el universo de todos los demás, si se ama. Dios en cada rosa de los sueños heridos. Siempre prójimo sin enjaular; desnudo el silabario de su idioma y de su piel. Todos son latidos de la Creación divina, con letra mayor: los siete días del Génesis, donde el Señor no descansó. ¿Cómo puede descansar Dios? ¿Cómo puede abandonar a sus hijos más débiles, su posada y residencia? ¿Acaso Dios no cohabita dentro de los cuerpos generosos, revolución de caridades?

Eso lo sabe ella, Pilar Cortés del Amo. Mujer monja de la Congregación de las Carmelitas de Vedruna. Hay demasiado llanto sin techo en el desierto del grito, en el cuerpo del pobre, del inmigrante sin pan… De ahí que Pilar Cortés viniera a buscar a Dios en La Cañada hace más de cuarenta años. Al Dios en las chabolas de los gitanos, de la gente humilde, sin libro de escuela. Con el Evangelio en la mano, reclamando justicia ante tanta hipocresía y fariseísmo religioso, conventual. Llegó Pilar Cortés a pie, como Teresa la santa andariega. Descalza. Levantando el polvo del camino, su bandera de bondades.
-¡Y Dios la bendijo! Era su Providencia. También la de los demás.

Porque, como dice la monja divinamente rebelde, "El Reino de Dios está entre nosotros; éste es su cielo, su felicidad: el gozo alegre de la caridad cristiana. No hay que asegurarse el cielo, hay que vivir con plenitud el amor de los demás con los demás, entregándose a los más necesitados".

Y ella, mujer extraordinaria, lo cumple con clamor, ardor y fervor. Pilar es el almacén del catecismo, el "banco de alimentos" para cientos de familias llegadas de acá y de allá: senegaleses, peruanos, ma­rroquíes, blancos, oscuros, niños enfermos, sólo hambre. Junto a Pilar Cortés un grupo de personas extraordinarias, como la Asociación de Vecinos "José Zorrilla" (su mano derecha), el admirable sa­cerdote don Miguel Ángel Velasco Serrano y tantos profesionales y gente de buena fe que se acercan a la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe para ofrecerse como colaboradores voluntarios.

Pilar vive "al aire de Jesús que pasó haciendo el bien y, en alguna ocasión, arrojó del templo a los sa­cerdotes tiznados de purpurina; algo que debiera hacer con frecuencia si pasara por Roma. Ella imita al Cristo desarropado, la esencia del amor glorioso resucitado en la cruz".

La vemos en moto por la ciudad, con prisa, con su Dios en la velocidad de cada rueda. Los dos juntos. Rebuscan alimentos para sus pobres de cuerpo, alma y espíritu. Ahora más, en tiempos de crisis.
Yo digo: Pilar Cortés del Amo, la sonrisa del alma.
José GONZÁLEZ TORICES

2 comentarios:

  1. ¿Y mi comentario? porque yo hice un comentario, eso sí, antes de que apareciese la transcripción del texto que acompaña la foto de Pilar, ¿me has "moderado" quizá, Míguel?. Ya me contarás. Besos

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  2. Recibí quejas de que no se leía bien el texto tofocopiado de Torices y lo transcribí a continuación. Blogger parece que entendió que era una entrada nueva y se editó sin tu comentario, que ya estaba ahí. No es la primera vez que reedito una entrada sin que se perdiese algo, al menos eso recuerdo. No sé qué ha pasado, porque en mi correo tengo el aviso de entrada y el de publicación.
    Esto me recuerda un profe con el que solía jugar al ajedrez. Cuando estaba a punto de darle jaque mate, no sé cómo movía el tablero y se arruinaba todo. Lo más que conseguí con él fue quedar en tablas.
    Pero nos llevábamos muy bien.
    Besos.

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