De visita por la ciudad III



Recorrido con las seis paradas señaladas en rojo



Punto de partida, de la mano de Paz Altés Melgar, la mejor guía de nuestra ciudad



Prodigios y leyendas (un poco más sobre el Valladolid misterioso)
Visita por la ciudad, jueves 25 de octubre de 2012, 17.30 horas. Punto de encuentro: Plaza de Zorrilla
Duración aprox.: 90 min

Camino de la primera parada, Calle Santiago adelante



1. Un pavimento muy… “siniestro”



Esta foto está hecha a través de los arcos acristalados del claustro. No se limpian desde hace mucho tiempo. ¡Como es propiedad privada! Menos mal que nos dejan entrar y verlo.



Entre las calles de Santiago y María de Molina sobrevive un elegante patio gótico de piedra en torno al cual se articula un complejo comercial-residencial, que ocupa el lugar en el que se erigía, hasta finales de los años 60 del siglo XX, el convento de las Comendadoras de Santa Cruz, ocupado en sus últimos tiempos por madres dominicas francesas. En pie queda la iglesia que, adquirida por el Ayuntamiento de Valladolid ha sido convertida en Sala de Exposiciones; y el claustro del convento, de singular arquería perimetral y “siniestro” pavimento. Este claustro es obra del maestro cantero Fernando de Entrambasaguas (1530) y su pavimento no está realizado con losas de piedra o, baldosas sino con un empedrado de guijarros seleccionados y multitud de huesos, concretamente tabas o astrágalos de animales, fijados con mortero componiendo una decoración geométrica. Esto es lo inicialmente “misterioso”: el uso de tabas como base de un empedrado realizado con la técnica del popular del "enchinado". Este pavimento ha demostrado tener una gran durabilidad, de ahí que todas las leyendas que se cuentan sobre su porqué no se sostengan. Su explicación es mucho menos “esotérica” de lo que cabría esperar y radica, precisamente, en su bajo precio y su resistencia (más bien esto último). El suelo data de finales del siglo XVI y su estado de conservación es increíble. El patio tiene planta cuadrada y tres pisos, los dos inferiores compuestos por arcos escarzanos y el superior recorrido por vigas de madera sobre zapatas y un amplio voladizo sobre canecillos. En el centro del patio se conserva una fuente, con taza y estanque. La gran escalera que conduce a los pisos superiores hoy está restringida a los usuarios de las viviendas y las galerías han sido acristaladas. El convento fue fundado en 1487 bajo la advocación de Santa Cruz por las hermanas doña María de Zúñiga y doña María de Fonseca, que cedieron sus viviendas de la calle del Campo (calle de Santiago) para levantar un convento en el que ellas mismas ingresaron, destinado a acoger a las hijas y mujeres de los caballeros de Santiago.




2. José Zorrilla y la Virgen de la Cabeza

Explicación previa antes de entrar en San Lorenzo




Cuenta la leyenda que don Alonso, un estudiante de la Universidad, joven y enamoradizo, fue correspondido por la joven doña Aldonza, a la que cortejaba haciendo promesas de futuro para cuando concluyera sus estudios. En cierta ocasión en que ambos merodeaban por la ermita de San Lorenzo, decidió dar su palabra de casamiento a la joven ante la imagen de la Virgen con el Niño que había en una capilla del pequeño templo. Transcurrido el tiempo, a punto de terminar los estudios, don Alonso abandonó a la joven, que le reprochó el no haber cumplido su promesa, hecho que el joven decía no recordar. Pero Aldonza, que era mujer de carácter, acudió a la Universidad y presentó una querella ante el Rector, que requirió al estudiante el cumplimiento de su palabra, compromiso que él negó haber contraído. Doña Aldonza pidió al Rector que exigiese a don Alonso que jurase tal afirmación ante la imagen que había sido testigo de la promesa, propuesta que todos aceptaron. Personados los jóvenes y los representantes universitarios en la capilla, don Alonso negó de nuevo su promesa, por lo que la joven afligida se arrodilló ante la imagen implorando: "Reina de los Ángeles ¿no me dio en vuestra presencia este hombre palabra de casamiento? Al momento comenzó a escucharse una dulce música mientras una luz deslumbrante envolvía la imagen, apreciando todos los presentes cómo la Virgen asentía con la cabeza. Don Alonso, abatido y avergonzado, reconoció su error ante los concurrentes y renovó su promesa, que cumpliría poco tiempo después en aquella misma capilla. La imagen de la Virgen permaneció desde entonces con la cabeza inclinada y el prodigio se divulgó siendo objeto de una multitudinaria devoción popular bajo el sobrenombre de Virgen de la Cabeza. Lamentando romper el encanto de esta narración milagrosa, es de ley confirmar que la obra A buen juez, mejor testigo, de nuestro inmortal paisano José Zorrilla (siglo XIX), tiene idéntico argumento…


Parece que esta virgen cambió su advocación por la de “Virgen del Pozo” por un problema de celos conyugales, también recogida Zorrilla en 1892 con el título El Sacristán Juan del Pozo. Lucía, esposa de Juan, el sacristán de San Lorenzo, tenía una gran devoción por la Virgen de la Cabeza y colgó un imagen suya sobre el pozo de un caserón contiguo a la iglesia de San Lorenzo. Lucía le adjudicaba un papel protector. Con ocasión del nacimiento de su hijo, el padrino de Lucía, un rico hidalgo, llegó de visita a la vivienda, despertando los celos del sacristán, que comenzó a dudar sobre la paternidad del niño. Llegada la Nochebuena, cuando estaba a punto de concluir la Misa del Gallo en la iglesia de San Lorenzo, una voz de alarma resonó en el templo: "¡El hijo de Lucía ha caído al pozo!". Salieron todos en tropel y se dirigieron al patio del caserón vecino, donde encontraron a Lucía mirando desesperada la profundidad del pozo. Rodeada del cura y la concurrencia, la madre desconsolada levantó sus brazos en gesto de desamparo y con la mirada clavada en la imagen de la Virgen suplicó a viva voz que salvase a su hijo. Al momento las aguas del pozo ascendieron de nivel y todos pudieron comprobar cómo el bebé aparecía a la altura del brocal gozosamente dormido sobre un amplio almohadón flotante. La escena fue contemplada por Juan, que permanecía aturdido en un rincón del patio. Cuando su mujer recogió al niño en brazos, rompió a llorar confesando que había sido él quien había arrojado al niño al pozo y mostrando su arrepentimiento. Lucía le recomendó entonces: "¡Juan, si quieres que Dios te perdone, debes encomendarte a la Virgen del Pozo!". Y desde entonces los devotos de la imagen aumentaron y pasaron a denominarla Virgen del Pozo


Ya que estábamos dentro, ¿por qué no sacar esto?



3. La marquesa infiel





Los marqueses de Valverde vivían en el palacio que hace esquina entre calle de San Ignacio y calle de Expósitos. Cuenta la leyenda popular que una de las marquesas cometió adulterio con un criado joven y apuesto, que abusó de la confianza de los señores y cortejó a su mujer. En uno de sus encuentros la pareja fue sorprendida por el marqués, quien, dirigiéndose a su mujer le dijo: “Señora, tenéis permiso de vuestro esposo para acompañar al amante a donde él quiera llevaros, pero reflexionad que yo también sabré hacer lo que juzgue más oportuno para que vuestro delito no quede sin el justo castigo que merece”. Y así hizo, denunciando el hecho ante la justicia y consiguiendo licencia para instalar en la fachada de su palacio, para escarnio de los amantes, sendos retratos de su esposa infiel y el paje. En el siglo XIX, el mismísimo Campoamor inmortalizó la historia en su poema titulado El pecado de la impureza
“Se alzó en Valladolid un edificio,
de Fabio Nelli en la plazuela un día
y desnudo en el ancho frontispicio,
el cuerpo de la dueña se veía.
Creyó, haciendo la impúdica escultura,
este marqués celoso y delirante,
vil castigar la vil desenvoltura
de esa adúltera esposa y del amante.
Ciego, al llenar a su mujer de lodo,
no ve el marqués que su deshonra sella,
publicando el imbécil de este modo,
la infamia de él y la vergüenza de ella”.




4. La famosa que murió en “olor” de santidad





Marina Escobar nació en 1554. Su padre era un prestigioso abogado y, su madre, hija de uno de los médicos del emperador Carlos V. Antes de Marina, el matrimonio había tenido tres hijas y el padre supo, a través de una visión, que la cuarta sería santa; una santidad que el diablo intentaría frustrar. De hecho, el diablo ya intentó ahogarla cuando estaba en el seno materno. Marina pasó sus primeros años en Ciudad Rodrigo. Allí protagonizó su primer milagro, cuando tenía 4 años y vio a Dios en un prado. A los 9 años volvió a Valladolid y se instaló junto a su familia en la casa de la calle del Rosario (hoy de San Juan de Dios). Pronto, Marina entró en contacto con los jesuitas y, con 20 años, llegó a entrevistarse con santa Teresa, quien la rechazó como postulante y le recomendó que permaneciese en su casa, porque el Señor le tenía reservadas grandes cosas. Eso hizo y en su casa fue donde soportó los envites del demonio que le empujaba a no atender a su vocación. Marina Escobar era una mujer muy depresiva y, a los ojos del siglo XXI, una gran depresión es lo que le acechó durante toda su vida. De ella quisieron salvarla los jesuitas, mediante la oración y la frecuencia de los sacramentos. Tuvo frecuentes visiones y revelaciones y, poco a poco, se convirtió en una afamada asesora de personas de toda condición. Pasó los últimos 30 años de su vida en su habitación, un cuarto sobrio, poca limpieza, algunas banquetas para recibir y una sencilla cruz. Su existencia estuvo salpicada de repetidas apariciones, acompañadas de revelaciones (sociales, políticas, religiosas, etc.). Marina Escobar advirtió, por ejemplo, de la peste que asoló Valladolid entre 1599 y 1600. Los nobles de la Corte de Felipe III y su esposa –Margarita de Austria– la visitaron de forma asidua, buscando consejo. Marina Escobar falleció en su habitación, en junio de 1633. Tenía 79 años, una edad nada desdeñable para la época. Muchísima gente se acercó a darle su último adiós e intentar poner en contacto con su cuerpo algún tipo de objeto que convertir en reliquia. Puede que la Virgen María frecuentase la puerta de su casa, pero lo que sí es más que probable es que, después de 30 años tumbada, doña Marina hubo de morir, necesariamente, en “olor” de santidad.



Arzobispado de Valladolid




5. Ese incendio del que todos hablan… 1561

Calle de Cantarranas (actual Macías Picavea) esquina a Platerías, a la izquierda, y Rúa Oscura a la derecha



En septiembre de 1561. Felipe II había retirado su Corte a Madrid y Valladolid intentaba desesperadamente no hundirse en una crisis cada vez más difícil de esquivar. El 21 de septiembre de aquel año se inició un fuego en la casa del platero Juan de Granada, en la calle de la Costanilla (hoy Platerías) esquina a Cantarranas. Hacía viento y éste ayudó a que el fuego se propagara rápidamente hacia el corral de la Copera (calle del Conde Ansúrez), Malcocinado (calle de Francisco Zarandona), Especería y Cebadería hasta La Rinconada. En la plaza del Corrillo el fuego se dividió, entrando por los callejones que desembocaban en la plaza del Mercado y alcanzando el convento de San Francisco, las Casas Consistoriales, la calle Jerez (hoy calle de Jesús) y la calle Empedrada (hoy Caballo de Troya), hasta detenerse en el pasadizo de Don Alonso (hoy calle de la Pasión). El fuego estuvo activo unas 36 horas (3 días) y arrasó entre 400 y 600 casas, aunque sólo ocasionó media docena de muertes. Al parecer, se originó en una hoguera mal apagada, encendida por unos críos en La Costanilla (Platerías). El corregidor (hoy alcalde) no creía que aquello hubiese sido accidental, como tampoco lo creía el presidente de la Chancillería (hoy Audiencia Nacional), ni los canónigos de la Colegiata que apuntaron a una venganza por el ajusticiamiento de los herejes compañeros de Cazalla a manos de la Inquisición dos años antes. Ninguna de las hipótesis prosperó y el gran misterio quedó sin resolver. No hubo culpables (Valladolid, incluso, consideró durante décadas la onomástica de san Mateo, como eje de sus fiestas…) y lo cierto es que aquel triste suceso hizo posible que Felipe II decidiera reconstruir el centro de su ciudad natal, a cualquier precio.




6. Quince eran 15, las calles y callejones que conducían a la plaza del Mercado (hoy Plaza Mayor)



Calle de Viana



Mirando de frente la Casa Consistorial, hacia la derecha, a finales del siglo XVII, se identificaban las siguientes entradas a la Plaza: 1. Soportales de la Manzana (hoy calle de la Manzana); 2. Callejón de San Francisco (hoy cerrado); 3. [Primer callejón sin nombre hacia plaza del Corrillo]; 4. [Segundo callejón sin nombre] (hoy cerrado); 5. [Tercer callejón sin nombre] (hoy cerrado); 6. [Cuarto callejón sin nombre] (hoy cerrado). 7. Calle Lencería; 8. Calle de la Sortija (hoy Ferrari). 9. Callejón de Torneros (hoy cerrado); ); 10. Calle de Santiago; 11. Callejón de Ricote (hoy cerrado); 12. Pasadizo de don Alonso (hoy calle de la Pasión); 13. Calle de Calixto Fernández de la Torre; 14. Calle de Viana; y 15. Calle de Jerez (hoy Jesús)

Plaza Mayor, donde se puede seguir, girando como las agujas del reloj, el orden de las quince calles y callejones. Dos son tan pequeños que no se aprecian en el plano de Ventura Seco de 1738.

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