¡Qué bien quedaría aquí una cala!,
dijo al verme hurgar en las macetas que tengo puestas en el atrio del templo
parroquial. No, respondí, que necesita mucha agua y además da el sol con mucha
fuerza. Pero no me hizo caso y al día siguiente trajo un revoltijo en una hoja
de periódico; eran unos bulbos.
Los planté, ¡qué otra cosa podía
hacer! Ese año sólo dio hojas. Y como me descuidé en meterla bajo techo, se
heló; que aquí bajan mucho las temperaturas en invierno.
Muerta estuvo en un rincón del
interior hasta que al final de mayo la volví a sacar. La coloqué en el rincón
con más sombra, donde sólo aprieta el sol cuando amanece.
Y está floreciendo. Pero la pinta no
es de cala, creo. Ella insiste en que sí que es cala.
He investigado en Internet y no la
encuentro. Así que desde aquí pongo un bando y pido ayuda: si alguien sabe de
qué planta se trata, que lo diga, por favor.
A las cosas hay que llamarlas por su
nombre. Y quiero que esta también lo tenga. A ver si antes de que terminen de
abrirse todas las flores ya podemos identificarla, aunque sólo sea por su nombre
popular. El científico no corre prisa.
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