Quien come y deja, dos veces pone la mesa


Ayer hice un ejercicio de memoria, pero incompleto. Es verdad que la imagen, imágenes en este caso, equivale a muchas palabras, cientos, tal vez miles; pero a veces las cosas hay que decirlas, no es suficiente sólo mostrarlas.
El notario que atendió la última voluntad de mis padres, al cerrar todo el asunto me hizo este comentario: Tus padres vivieron muy austeramente. Tenía razón, vivieron muy por debajo de sus posibilidades. No sabiendo qué contestarle, simplemente dije: Eran gente del campo.
No eran de pueblo, aunque allí nacieron. Disfrutaron según su propia medida, dieron educación sobrada a sus hijos, y nunca debieron nada a nadie.
Creo que el único crédito que mi padre pidió en su vida fue para comprar la casa de la que ahora yo soy el propietario. Una hipoteca a pagar en diez años. Hace mucho que fue resuelta.
Ahora me entero que fueron unos bichos raros. Nunca pidieron a nadie, ni siquiera el año malo, en el que no se recogió ni para simiente. Mi madre lo resolvió criando unas gallinas que, según me contó mi padre, dieron más ganancias que el rebaño entero de ovejas. Ella sola.
Bueno además también tejía jerséis, hacía pantalones y camisas, y no fue zapatera, pero calcetines, creo que aún conservo algunos de los que ella me hizo, con tres agujas y sin costuras. Aprendió a hacer queso de Villalón, y a la primera se lo quitaron de las manos. Tras la prueba, tuvo que ceder a la insistencia y ya no hubo mi padre de volver al mercado: lo tenía vendido desde casa.
No hay misterio en este asunto. Acomodarse a lo que hay, y esperar a tener para disfrutar. Y disfrutaron lo que quisieron, ni más ni menos.
Claro que mis padres nunca barajaron cifras como las que ahora se comentan. Muchos ceros y además en euros. Fliparían en colores si oyeran un día sí y otro también los telediarios de estos días.
Enseñado a vivir con lo que hay, me entra pánico pensar que el cemento de mi calle está aún por pagar; o que los habitantes de mi ciudad debemos adelantar nuestros impuestos para que el señor corregidor y los señores y señoras funcionarios municipales cobren su correspondiente salario; que debemos aún el alcantarillado, o la iluminación; que el césped del jardín vecinal se puede agostar por no poder mantener al personal de la sección de parques y jardines…
¡Qué bonita está Valladolid llena de manchones verdes de césped! En la ciudad más seca de esta piel de toro, ¿a quién se le ocurriría sembrar hierba por doquier en lugar de plantar tomillo, romero y encinas?
Al buen gestor se le caza en las pequeñas cosas. Y en esta ciudad, como en las demás, esos detalles abundan.
En mi barrio, sin ir más lejos, hay calles sin terminar, casas a medio hacer, parcelas abandonadas con grúas oxidadas y casetas de obra amontonadas como gigantescos juguetes rotos.
Rotos estamos por no habernos cosido los bolsillos.
Y, o nos ha faltado hilo, o la aguja estaba perdida en el pajar, o no encontramos tiempo para algo tan sencillo como dar dos puntadas en lugar concreto.
Se nos llenaron campos y caseríos con carteles a tamaño natural anunciando construcciones de lo más variopinto, tal que polideportivos, piscinas y similares, de dimensiones colosales con fondos europeos; y esto duró tanto que nos acostumbramos a pedir por esa boca. Mientras tanto, los gestores de esos fondos aprovechaban la ocasión para sanearse su casa y su hacienda, sacando pecho de las cosas que lograban para su comarca, sus gentes, sus votantes…
Ese maná misterioso, venido de allende los Pirineos, no modernizó sino apenas maquilló nuestra agricultura y nuestra industria. Nuestras ansias de gozar del mar, de la montaña y del secano arrampló con todo: tapió el campo y la playa, construyó montes y valles, recondujo arroyos y torrentes, y terminó por instalar campos de golf entre encinares, y encinas entre pareados con derecho a piscina. Mientras, había trabajillos que no merecían la pena; era preferible cobrar del paro que agacharse y doblar el espinazo. Aquí había trabajo para todos y mucho más, pero que lo curren otros.
El “Ideas” de mi barrio empezó a tener muchos clones, más de la cuenta. Ya no había que madrugar, con levantarse al mediodía era suficiente. El farias antes de comer, el vermú con los amigos y el auto de alta gama, que el utilitario lo usa ahora el chaval para ir de botellón.
Mucho dinero entró en algunas casas, sin control, sin medida, sin saber qué hacer con él sino gastarlo, porque el próximo mes otro tanto o más.
Eran las vacas gordas, infladas de puro aire. El país no creaba riqueza, sólo aireaba papeles y títulos de propiedad, y recalificaciones de terrenos, y aquí ponía tienda quien quisiera, sólo con encementar una parcela y poner vendo lo que usted quiera comprar.
Jauja. Todos tuvimos la culpa. Los responsables, mucho más. Trabajar para la cosa pública en forma de profesional de la política, profesional de sindicatos, profesional de la información, profesional…
Ahora nos sale la profesionalidad por las narices. Pero el estómago no se contenta con aire, y por eso ahora mismo pongo en el vado los pivotes, que mañana nos llega el camión para que por lo menos algunos, los peor parados, tenga algo que llevarse a la boca.

3 comentarios:

  1. Tus psdres como yo, y aún estoy vivo. Tu madre como mi abuela, + o -.

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  2. Pues en esas estamos, Míguel, pero a mi que no me miren y a ti (no sé porque te incluyes en el "hemos") tampoco. Yo no he participado de esos abusos a tutiplén, en ningún sentido; yo, igual que tus padres no he pedido un crédito para nada, si tengo para comprar lo que sea, lo compro, si no me aguanto. Mi coche tiene más de 18 años y está perfecto -o casi-, las reformas de la casa las hago por fases porque tengo que ahorrar para cada proceso y así sucesivamente. Cuando he sido sindicalista nunca lo consideré una profesión (aunque conozco unos cuantitos/as que han vivo sólo de eso y no son los mejores, además) en cuanto pude volví a mi puesto de trabajo y dejé que otros siguieran con la tarea que, por cierto, es muy necesaria cuando se hace bien y con los objetivos claros. Pero todo deviene pernicioso y malévolo cuando se ejerce por quienes confunden las cosas y así estamos en todo el arco político, sindical, informativo, etc. etc, con lo más mediocre que ha florecido en estos últimos quince o veinte años. ¡¡Qué dolor!!. La responsabilidad, o incluso la culpa, siempre está en quienes corrompen porque son los que tiene la voluntad de hacerlo los demás, esos que tú describes con tanta certeza, son pobres ignorantes que se dejaron embaucar, ¡y ahora qué!. Se acabó el carbón (¡¡lagarto, lagarto!) y todos a soportar a estos políticos contando unas mierdas que revuelven el estómago y dan ganas de vomitarles a la cara su desfachatez. ¡NO PUEDO MÁS CON ELLOS!

    A ti te llega el camión, ¡menos mal!, rezaremos para que te siga llegando porque si no esas pobres gentes de qué van a vivir. Volvemos a los 50 del siglo pasado. A la caridad porque no hay justicia, pues eso.

    Besos

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  3. Vengo de tu entrada acerca de la gabilladora...Tremendo...En verdad que aquella bíblica sentencia que indica que decir que todo tiempo pasado fue mejor es vanidad, es la pura verdad

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