He pasado un buen
rato perdiendo el tiempo por la red por ver si encontraba alguna explicación a
la falta de la mano derecha del Cristo Resucitado del antiguo Hospital de la
Resurrección de Valladolid, también conocido como el Hospital General, que cayó
bajo la piqueta de la modernización urbanística. Y no lo he perdido, pero
tampoco he encontrado comentario alguno al respective.
Y digo que no lo he
desaprovechado porque, a parte de que con mi tiempo hago lo que me da la real
gana, he podido comprobar que en mi ciudad, tal vez por la precipitación, tal
vez por el poco aprecio, o quizá porque no somos tan ilustrados como queremos
ser considerados, se han perdido irremisiblemente, no ya sólo joyas culturales
del tipo por ejemplo de la reja de la catedral que ahora está con los yankis en
el Museo Metropolitano de Nueva York, sino datos y referencias de las cosas que
constituyen su historia, o sea nuestra historia.
Reja de la catedral de Valladolid, vendida en 1956, que se encuentra actualmente en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Foto cedida por Enrique Asensio con licencia GFDL, de acuerdo con todo lo que implica dicha licencia. Nueva York 1978. |
Lo que nació siendo
una pequeña aldea, unos dicen que en el valle de los olivos, otros que en los
territorios del moro Olid, ha seguido siéndolo a lo largo de los siglos, salvo
una pequeña época de esplendor mal digerido, que coincidió con la presencia de
la Corte allá por el siglo XVI. En este caso, si tuvo, no retuvo.
No sólo, pues, no sé
cómo perdió la mano el Cristo resucitado que ahora adorna el jardín de la casa de Cervantes vallisoletana, sino que tampoco parece saberlo nadie.
Simplemente está sin ella. Ya la expuse en mi entrada anterior, de modo que no
vuelvo a colocarla, más que nada para no cansar.
En su lugar cito al
mismo autor vallisoletano de ayer, José Delfín Val, que con su estilo ágil y
una pizca sarcástico, nos relata la extraña pérdida y el milagroso hallazgo de
unos papeles que parecían no valer nada y resultaron sabrosones.
Le dejo a él que se
explique, que lo hace divinamente.
José Delfín Val. Cervantes en Valladolid. © El Mundo 2005
Concluyo ahora
recordando al “judío”. Así llamábamos a un señor, con pinta de tendero de
ultramarinos, -y vive el cielo que la tenía, pues también vendía verduras en la marquesina del Caño Argales-, que regentaba un almacén en la Calle Montero Calvo con salida trasera a la Plaza España, en la otra acera
de los talleres de El Norte de Castilla, donde atesoraba todo tipo de papeles,
desde libros hasta documentos, pasando por impresos de los que las empresas del
Valladolid de los cincuenta y anteriores se deshacían para hacer hueco a otros
más modernos, con autocalco y todo. Allí adquirí a bajo precio novelas y
tebeos, de segunda o quincuagésima mano, pero legibles y gustables.
Buena persona, el
“judío”, aunque el título que le dábamos no fuera demasiado respetuoso.
Te ha quedado estupendo, todo un disfrute. Mis vecinitos (16 y 12) ya andan segando por aquí, lo llevan claro.
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