Una, dos y tres



Me pilló comiendo. Como lo de las torres gemelas. Y me quedé con la cuchara a medio camino de mi boca al plato. O del plato a la boca, no recuerdo. La locutora debió decir algo antes, pero como el mastique –hoy tocaban lentejas- no presté atención. Sin embargo, las imágenes me clavaron. Una, dos, tres. Tres tortazos le arreó el tío. Y aún pudieron ser más. Tardaron mucho en reducirlo.
No era una disputa de borrachos. Tampoco una riña entre peñistas enemigos. Ni siquiera eran vecinos hartos de verse las caras y aguantarse las guarradas.
Eran parlamentarios. De la cuna de la democracia. Grecia.
Y estaban en la tele. Hablando, que es lo que se supone hacen los parlamentarios.
Previamente este sujeto tiró un vaso de agua a otra contertulia. Fue el primer aviso.
Ya no me asusto de casi nada, salvo que se me venga encima el cielo. Sin embargo hay cosas que siguen produciéndome vergüenza. Nada de vergüenza ajena, no. Propia. Vergüenza.
Como cada vez que veo las imágenes de Rato tocando la campanilla con sonrisa profidén.
O leo declaraciones…
Pero cuento tres; una, dos y tres; y cambio de chip. Este asunto puede hacerme enfermar, y no estoy por la labor de consentirlo.

UNA

Una viejecita judía ocupa su asiento en un avión, junto a un enorme sueco al que se queda mirando fijamente. Luego, dirigiéndose a él, le dice: «Usted perdone… ¿es usted judío?».
«No», le responde el sueco.
Pocos minutos más tarde, ella vuelve a insistir: «¿Podría usted decirme, y perdone la molestia, si es usted judío?».
«¡Le aseguro a usted que no!», responde él.
Ella se queda escudriñándole durante unos minutos y vuelve a la carga: «Habría jurado que era usted judío…».
Para acabar con tan enojosa situación, el hombre le dice a la anciana: «¡Está bien; sí, soy judío!».
Ella vuelve a mirarle, sacude su cabeza y dice: «Pues la verdad es que no lo parece».


DOS

Dos residentes de una institución para sordomudos tuvieron una pelea. Cuando un empleado de la institución acudió a poner orden, comprobó que uno de ellos le estaba dando la espalda al otro y se partía de risa.
«¿Dónde está la gracia? ¿Por qué tu compañero parece estar tan enfadado?», le preguntó el empleado por señas.
Y hablando también por señas, le respondió el sordomudo: «Porque quiere echarme pestes, pero yo me niego a mirarlo.»


Y TRES

Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser tenidos por sabios en su país, eran lo bastante humildes para pensar que un viaje les serviría para ensanchar sus mentes.
Apenas habían pasado al país vecino cuando divisaron un rascacielos a cierta distancia. «¿Qué podrá ser ese enorme objeto?”, se preguntaron. La respuesta más obvia habría sido: «Id allá y averiguadlo». Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa explotaba cuando uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se expusieron y se examinaron diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas, las rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias -que eran muy abundantes, por cierto-, decidieron que el objeto en cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por gigantes.
Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar absolutamente aquel país. De manera que regresaron a su casa, tras haber añadido una más a su cúmulo de experiencias.


¿QUIÉN DIJO QUE A LA TERCERA VA LA VENCIDA?

Dos cazadores alquilaron un avión para ir a la región de los bosques. Dos semanas más tarde, el piloto regresó para recogerlos y llevarlos de vuelta. Pero, al ver los animales que habían cazado, dijo: «Este avión no puede cargar más que con uno de los dos búfalos. Tendrán que dejar aquí el otro».
«¡Pero si el año pasado el piloto nos permitió llevar dos búfalos en un avión exactamente igual que éste…!», protestaron los cazadores.
El piloto no sabía qué hacer, pero acabó cediendo: «Está bien; si lo hicieron el año pasado, supongo que también podremos hacerlo ahora…».
De modo que el avión inició el despegue, cargado con los tres hombres y los dos búfalos; pero no pudo ganar altura y se estrelló contra una colina cercana. Los hombres salieron a rastras del avión y miraron en torno suyo. Uno de los cazadores le preguntó al otro: «¿Dónde crees que estamos?». El otro inspeccionó los alrededores y dijo: «Me parece que unas dos millas a la izquierda de donde nos estrellamos el año pasado».

Fotos que son más que recuerdos

 

Definitivamente, no tengo remedio.
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Las historias están tomadas de La oración de la rana, de Tony de Mello, pero no digo en qué páginas. ¡A buscarlas!

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