A propósito del Corpus II


“No pensemos que basta para nuestra salvación traer a la Iglesia un cáliz de oro y pedrería, después de haber despojado a viudas y a huérfanos. Mientras que si tu alma sigue siendo peor que el plomo o que una teja, ¿qué le vale entonces el cáliz de oro? No nos contentemos pues con traer dinero a la iglesia, sino miremos si procede de  un justo trabajo. Porque más precioso que el oro es aquello que no tiene nada que ver con la avaricia. La iglesia no es un museo de oro y plata sino una reunión de ángeles.
”En la última cena no era de plata la mesa, ni la copa en que el Señor dio a sus discípulos su propia sangre. Y sin embargo, ¡qué precioso era todo aquello y qué digno de veneración, como rebosante que estaba de Espíritu Santo! Así que, si queréis honrar de veras el cuerpo de Cristo, no consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda, mientras fuera lo dejáis morir de frío y desnudez. Porque el mismo que dijo «éste es mi cuerpo», es el que dijo «me visteis hambriento y me disteis de comer». Y su palabra fundamenta nuestra fe…
”El sacramento no necesita preciosos metales, sino almas puras. En cambio, los pobres sí que necesitan mucho cuidado. Aprendamos, pues, a pensar con discernimiento y a honrar a Cristo como él quiere ser honrado. Porque la honra más grata para aquel que la recibe es la que él mismo quiere, no la que nosotros nos imaginamos. Pedro pensaba honrar al Señor no permitiendo que le lavara los pies, y eso no honra sino todo lo contrario. Así, pues, dale al Señor el honor que él mismo quiere, empleando tu riqueza en los pobres. Porque Dios no tiene necesidad de vasos de oro, sino de almas de oro.
”El Señor acepta ciertamente las ofrendas, pero mucho más la limosna. Pues en un caso sólo se aprovecha el que da; en el otro el que da y el que recibe. En las ofrendas es posible que sólo se trate de una afán de presumir. En la limosna la caridad lo es todo. ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro, si él se consume de hambre? Saciad primero su hambre, y luego, si sobra, adornad también su mesa. ¿O vas a hacer un vaso de oro y después no vas a darle un vaso de agua? Y ¿de qué sirve que cubráis su altar de paños recamados de oro, si a él no le procuráis ni el abrigo indispensable?
”Vamos a ver: si viendo a un desgraciado falto del sustento necesario, te dedicaras a cubrir de oro su mesa, ¿te agradecería el favor o más bien se enfadaría contigo? Y, si viéndole vestido de harapos y aterido de frío, te entretienes en levantar unas columnas de mármol, diciéndole que eran en honor suyo, ¿no diría que le estabas tomando el pelo y no tomaría aquello por una ofensa? Pues aplica todo eso a Cristo. Él anda efectivamente sin techo y peregrino. Y tú, que no le acoges a él, te entretienes en adornar el pavimento, las paredes y los capiteles de las columnas”.
(S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilía 50, sobre San Mateo, PG 58, 508-509 )[citado por J.I. GONZÁLEZ FAUS en Vicarios de Cristo. Trotta, Madrid 1991, pp. 34-35]

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