Cuidando mi viña


Desde hace un tiempo no hay mañana que no me despierte con noticias que, en vez de ser buenas nuevas, son las malas de costumbre, o sea viejas. Y viejas son también mis parras y me estaban reclamando desde el mes pasado un poco de atención, tras arrearlas una mano de azufre contra el oidio. Pereza me estaba dando, porque el sol llega pronto a la pared y o lo hacía de mañana, o lo hacía por partes, o se me pasaba el tiempo y ya no había solución. Era urgente pelarlas, o entresacarlas, o como sea que se llame la operación consistente en aligerarlas de ramaje y de frutaje.
Así pues, hoy, por ayer, mientras la crisis sigue agravándose, los mineros irrumpen en el Congreso y nuestra deuda pasa a ser bono basura, en cuanto he consumido el almuerzo de las nueve y cuarto me he puesto manos a la obra.
Adrede no pongo fotos en detalle, sencillamente porque no quiero que llegue aquí alguien que sepa y me saque los colores por cortar indebidamente; de modo que sólo planos generales.
Aún así tengo que reconocer que más que el sol o el trabajo en sí, la razón de que me retraiga de realizar este trabajo y lo dilate en el tiempo, es que siento un gran dolor cada vez que corto un racimo en ciernes o un sarmiento sano. Y hay que hacerlo. Una parra no puede abastecer suficientemente a todo lo que le brota, por lo mismo que nadie puede comerse un berzal entero, por mucho hambre que tenga. Hay un límite. Y las parras lo tienen. El problema es encontrar la medida.
A pesar de la paciencia y las explicaciones que en vida me dio Felipe, yo sólo conseguí entender que hay que quitar a la parra vinos y racimos. Los racimos sé qué son. Los vinos, no. Así que cuando meto mano a la viña dejo un racimo por palo, y del resto suprimo lo que me parece que según el sentido común está de más. O sea, pongo por caso: que hay cuatro varas, dejo dos; que hay tres, dejo dos; que hay cuatrocientas, dejo dos; que hay dos, tras pensarlo dejo dos o dejo una. Y así.
Tras la aplicación de esta sencilla fórmula matemática, así han quedado mis parras, y así he dejado mi patio: sembrao.
No tengo que decir que Moli se ha limitado a ser testigo, simple convidada de piedra.
Pero estaba ahí, que es lo importante.

4 comentarios:

  1. Da un poco de cosa cortar cuando están sanas ¿verdad? pero hay que hacerlo y, además, ya crecerán más y mejor ¿no?. Las has dejado estupendas a ojos de una ignorante absoluta en estos menesteres, pero me parece que te han quedado bien. Y si Moli está ahí y no dice nada es que lo has hecho bien.

    Besos

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  2. Un regalo para tus parras.

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  3. Pues en la foto se ven de lujo; recuerdo la recogida de racimos del año pasado; el trasiego de los pajarillos que se dieron un banquete de uvas, dejandolas algunas bien picoteadas.
    Despues tendrás un "manjar de dioses", auguro que serán de tu gusto.
    Un abrazo.

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  4. Julia, lo escuché de pequeñín: "Quien bien te quiere te hará llorar". Ahora lloran mis parras, pero luego reirán.

    Pablo, ¡de eso se trata, de regalarme cosas!

    Anna,a esos malditos roedores les tengo preparada este verano una buena sorpresa… siempre y cuando consiga madrugar más que ellos.

    ¡¡¡Achucones a mogollón!!!

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