Cuando alguien
propone solucionar algo y tiene deberes sin hacer, puede terminar siendo acreedor de la
frase concluyente y excluyente: ¡Médico, cúrate a ti mismo!
No necesariamente
tiene que ser profesional de la medicina; basta que se ofrezca a arreglar o
terminar de estropear lo que sea.
Médicos, propiamente
dichos, tenemos en este país para exportar. Y se están marchando porque aquí no
se sienten considerados. Y es una pena que tal bagaje cultural y el enorme
gasto que supone su formación sirvan ahora para beneficiar a quienes ni se
molestaron, ni se preocuparon, ni… Ahora ponen algo del dinero que tienen y
¡servidos!
Pero no importa. Aquí
hay médicos para dar y tomar. Y baratitos.
Bien pensado, creo
que en cada españolito/a reside un/a doctor/a en medicina. Y ejerce, vaya si
ejerce.
Acabo de observarme y
me he dado el diagnóstico. Tengo una queratinización en el dorso de la mano.
Puede ser la enfermedad de Darier.
Rápidamente Internet
me ha dado la respuesta. Ya sólo tengo que confirmarlo. ¿Querrá hacerlo mi
doctora?
Habida cuenta de que
esto mismo lo tuvieron mis padres, y que lo soportaron sin más complicaciones hasta una edad sobradamente avanzada,
debo tranquilizarme y dejar de husmear buscándome enfermedades o
inventándomelas.
De momento con una
crema hidratante ha mejorado sustancialmente.
Esto me hace recordar
una pequeña historia que leí no hace demasiado.
LOS EXPERTOS
Un cuento Sufí:
Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado
por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser
introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear
la tapa del féretro.
Abrieron el féretro y el hombre se incorporó.
«¿Qué estáis haciendo?», dijo a los sorprendidos
asistentes. «Estoy vivo. No he muerto».
Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio.
Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: «Amigo, tanto los médicos como los
sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado
los expertos?»
Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro
y lo enterraron debidamente.
(Anthony de Mello. El canto del pájaro. Sal Terrae. Santander 1982)
Miguel, si me permites, podrías ponerte en la lesión de la mano pomada rescate de Bach, son extractos florales y pienso que te iría bien.
ResponderEliminarLo del cuento sufí ¡ un poco fuerte !.
Bueno guapo me voy a cenar. Besos
Vale, Laura, tomo nota de esa pomada.
ResponderEliminarY lo del cuento, no te lo tomes tan a pecho; es sólo una parábola; de la vida, por supuesto; pero sólo parábola.
Cuando leas esto ya estarás otra vez dispuesta para la cena. Pues que te aproveche.
Besos