Lunes de carnestolendas


 

Con más frío que vergüenza empezamos a caminar campo a través. Ni una nube en el cielo, y un silencio plano en el que sólo se distinguía el roce del suave viento que me entraba entre el gorro de lana y la bufanda de fibra. La mirada limitada a la pequeña rejilla que me permitían ambos aditamentos sólo percibía soledad, luz y frío: ocho bajo cero. Palabra, hoy he llorado de frío. Bueno… en realidad no he llorado, sólo me caían lágrimas.
Es mi día de campo antes de entrar en cuaresma. Mientras quienes pueden celebran los carnavales, servidor se tira al monte con sus amigos, y lo hace, cerca o lejos, donde le permiten las circunstancias. Esta vez ha sido ahí mismo, a la vuelta de la esquina.
Fue parar, soltarlos y desaparecer de mi vista. Tanto que Berto no volvió, sencillamente. Apareció ya tarde, por la tarde quiero decir, en la plaza del pueblo. Una llamada vía móvil nos puso de nuevo en camino, y esa pequeña contrariedad se volvió en favor nuestro, propiciándonos la ocasión de contemplar dos hechos dignos, no sólo de dar fe de ellos, sino incluso notoriedad:
1. El corderito con pintas negras, huérfano de Maripili y aborrecido por Maripuri, hace las delicias de Maximín, que cada día le prepara tres, 3, biberones de tomo y lomo. A la vista está con qué ansia y delectación mama la criatura.
2. La llegada de “la nueva”(1). Pura y simple coincidencia. Estar nosotros y arribar la forastera. El recibimiento es para narrarlo, yo me limito a una simple cita.
Quienes piensen que la madre naturaleza ha dotado de facultades innatas para la paz y la convivencia, están equivocados. Carlota y Cía, en cuanto vieron a la yegua recién acarreada en el remolque, se lanzaron presurosas a inspeccionar, y no con buenos modales precisamente. La forastera no se dejaba olisquear, mucho menos morder; y a coces demostró que no era precisamente dócil y mansa, al menos al principio.
De momento está separada, y en un santiamén Maximín, el de la foto con el cordero, y Evelio, que casi no sale (de espalda y sólo las canas), prepararon un chiquero donde recluir a la huésped. Si la cosa se suaviza, será temporal; si no, duradero. De momento galopa libre por la pradera, tras haber pasado dos años largos recluida en una cuadra. Es posible que la hayan transportado a mejor vida. Pero está por ver…
El resto del día, lo poco que ha quedado tras estos avatares, se ha ido en cumplir los deberes propios del oficio y en visitar el agua de la piscina donde nadar a crowl los veinticinco largos de rigor más otros cinco de propina.
Y, antes de terminar, reseñar dos cosas. La primera, que hoy he comido carne, hígado de ternera exactamente,  he bebido vino y he disfrutado. Al fin y al cabo esto es carnestolendas. Pasado mañana, Dios proveerá. Y la segunda, que el año pasado, en un lunes como éste, publiqué en este blog "Indígnate" de Stéphane Hessel. Pues no ha llovido y escampado. Pero…
(1) La pobre de momento no tiene nombre. Si se integra en la familia recibirá uno, apropiado a sus modos y pelaje. Y casi seguro que es la Jefa quien se lo ponga en cuantito la vea.

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