Volvemos al pinar


Antesdeayer fuimos para indagar si nuestro sendero pinariego existía o había sido barrido por las circunstancias. Mañana vamos para recorrerlo.
Lo dejamos por orden de la autoridad competente, que nos avisó que no estaba bien que los chuchos asustaran a la ciudadanía, especialmente cuando se encontraba ésta en pleno esfuerzo corporal para rebajar la grasa acumulada. Además estaba el asunto del vecindario natural de tal paraje, constituido por conejos, palomas torcaces y de las otras, raposos, ratones, liebres, culebras bastardas, avecillas de complicada clasificación, y por supuesto los dichosos ungulados, -gamos, ciervos o simples cabras monteses-, que se habían introducido por la dirección del parque para que vivieran en paz y se reprodujeran libremente. Un pedazo de bicho de doscientos quilogramos de masa muscular podía sufrir de estrés si se enfrenta a la Moli; no digamos nada si quien le ataca es el Gumi, entonces podría directamente infartar del corazón. Esa fue la temática de la amable conversación con el guarda recién llegado desde las fronteras de esta autonomía.
Así pues, cambiamos la rutina y volvimos a la ruta antigua del camino del Pesquerón, que discurre entre fincas que ya no se cultivan porque duermen el sueño de esta crisis del ladrillo. ¡Ay, el día que despierten!
La noticia de que el sendero que abrimos entre pinos, retama, encinas y jaras pringosas se había cerrado nos alarmó. El pinar es muy suyo y termina por volver aunque se le eche con cemento. Un senderillo que no se pisa, desaparece.
Temiéndonos lo peor, aprovechando la nevada del otro día, nos fuimos a comprobar qué pasaba. Y pudimos convencernos de que no sólo no había desaparecido, sino que estaba en perfectas condiciones de uso. Del hecho he dado cumplida información fotográfica, nieve incluida.
Esta tarde, comentando los dineros de la Junta, me acabo de enterar de que ya no hay dinero ni para tonner. Y me he dicho, ¿tonner? Si no funcionan las impresoras, no pueden emitir multas. Y si no hay multa, tampoco hay sanción. Por otra parte, tengo para mí que con nosotros ha habido un pequeño malentendido. Ya lo contó Tony de Mello en su libro “La oración de la rana” (Sal Terrae 1988, pág. 169), y no digo que lo hiciera pensando en nosotros; ocurre muchas veces que las apariencias confunden, y lo que parece una cosa, resulta otra muy diferente. Aquel señor guarda era nuevo por estas tierras, y nos consideró posiblemente unos furtivos desaprensivos. Sí, esto tuvo que ser; pobre hombre.
«Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus canosos cabellos al viento y sus vestidos sucios y harapientos, que decía algo entre dientes mientras recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa.
Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana. Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo.
Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los pies».
Está decidido: mañana volveremos al pinar, y nos embriagaremos con los aromas que tanto nos gustan, y Moli, Berto y Gumi regresarán a casa oliendo a campo, no a gasolina quemada.

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