¿Por dónde se sale?


Cuando entré ya me di cuenta de que la puerta estaba algo desportillada; y en el interior la cosa no parecía pintar mejor, se adivinaba cierto desorden y descuido secular generalizado.
A poco de entrar la ruina era evidente y manifiesta. Lo que otrora pudo ser gloria y esplendor, ahora es abandono.
Es verdad que en absoluto me las prometía felices, que sospechaba que una vez atravesado el umbral del nuevo año, no debiera esperar que las cosas mejoraran. Pero, conforme iban cayendo las semanas y los meses, el nivel de desolación, destrucción y apatía iba tan en aumento, que apenas alcanzado su mitad, ya no deseaba padecer la mitad restante.
Tras el verano se nos ofreció una vía de escape en forma de escalera. Tal vez subiendo las cosas cambiaran, y si no mejoraban tampoco empeoraran.
No fue así. Al contrario. Cogida una pizca de perspectiva, aumentada la panorámica, pude ver que el mal no estaba sólo abajo; tampoco por arriba había esperanza.
No, no es nada fácil decir lo que ahora me está desbordando en el estómago. Sí, las tripas me urgen desde hace tiempo, y estoy deseando encontrar la puerta de salida. Tal vez ahí fuera encuentre lo que busco. Tal vez, lo mismo de lo mismo.
No hay vuelta atrás. ¿Habrá que hacerlo todo nuevo? Salgamos, pues, y que sea lo que Dios quiera.
 


EL PECADO DEL MUNDO

Juzgaste certeramente
las mentiras sociales
y las injusticias del mundo.
Tomaste partido,
empeñaste tu palabra y vida,
y diste un veredicto inapelable
que hirió a los más grandes,
a los ricos de siempre,
a todos los pudientes.
Y a nosotros nos hiciste caer en cuenta
de lo implicados que estamos
en esta situación colectiva de pecado.
Todo un entramado social
que no respeta los derechos humanos,
que no hace hijos
ni hermanos
ni ciudadanos,
y es contrario a la voluntad del Padre.
Justificamos nuestro estatus
porque hemos hecho del lujo necesidad,
y de la abundancia dignidad,
aún a sabiendas
de que no es sostenible nuestro bienestar
sin expolio,
sin desigualdad,
sin defensas,
sin mentiras.
Y nosotros, cómplices
-conscientes o inconscientes-
de este pecado colectivo,
en momentos de lucidez,
nos reconocemos corresponsables.
Con nuestra connivencia y nuestra omisión,
con nuestras normas y murallas
fomentamos y perpetuamos
el pecado del mundo
Tú, que viniste a quitar
el pecado del mundo
y te sumergiste hasta el fondo
en nuestra historia,
bautízanos con agua
y, sobre todo con tu Espíritu,
para que, contigo,
podamos hacernos cargo de la realidad,
cargar humildemente con ella,
y encargarnos de que sea
lo que Dios quiere y sueña,
y no lo que a nosotros nos interesa.

Florentino Ulibarri, Al viento del Espíritu.

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