A Bruno que su papá
estuviera en la guerra, allá lejotes, no le quitaba el sueño. Eso es cosa de
mayores. Y él sólo es un niño.
A los niños nadie les
pregunta si les parece bien o les parece mal que sus papás -y sus mamás- se
vayan a la guerra. Incluso puede haber quien piense que estarán orgullosos de
que les envíen para allá, porque luego hacen de eso películas, y salen por la
tele desfilando, y les cuelgan medallas y les rinden honores. Pero a Bruno
nunca se le fue de la cara una como sonrisa de mentirijillas, que no explicaba
si era de pilluelo o de tristeza.
Empezó aquí la
catequesis porque le tocaba ya hacer la primera comunión. Su mamá también se
sentó en estas sillas, y sus tíos, de modo que viviendo con los abuelos para él
era como seguir en casa.
Por su edad debía
hacerla en la primavera próxima, con su grupo. Pero un capellán castrense tuvo
una idea genial: su papá se va muy lejos, ¿por qué no despedirle con una
fiesta? Y decidió que la fiesta consistiera en la primera comunión de Bruno y
de otros cuantos más cuyos papás tenían de marcharse por tiempo indeterminado.
Si lo pensó, no llegó
a decirlo; pero es posible que también tuviera en cuenta que podía ocurrir lo
que ha ocurrido: un tiro desgraciado que se lleva una vida joven.
Así que Bruno se
adelantó a los de su edad, y este verano recibió el sacramento.
Sí, el sargento a
quien un tiro se le coló entre las costuras de su chaleco acorazado en un país
muy lejano, del que apenas sabe pronunciar su nombre, Afganistán, era el papá
de Bruno, que en mayo próximo debería estar con nosotros celebrando que un
grupito de niños y niñas, y entre ellos su hijo, se acercaban a la mesa del
amor desparramado en forma de pan y vino, y al pronto como que se transformaban
y nos devolvían a todos nuestra propia imagen inocente, totalmente limpia y
luminosa, sin sombra de pecado original.
Él ya lo tuvo, y es
bueno que una bala malhadada no se lo quitara.
Demasiadas veces un ser humano dispone de la vida de otro ser humano: para explotarlo, para esclavizarlo, para destruirlo o, simplemente, despojarlo de ella. Una sola vez ya sería demasiado.
ResponderEliminarTriste historia la que encierran las familias de estos muchachos, victimas de lo pésimo que anda el mundo.
ResponderEliminarDeseo que sigas bien.
Un abrazo.
A mi no se me ocurre qué decir. Quizá sólo que hay muertes evitables, que NUNCA deberían darse...
ResponderEliminarPobre Bruno...
Gracias, Juan, Anna y Carmen, tampoco yo ahora tengo palabras. Bruno está aquí, con sus abuelos maternos, e ignoro qué sabe o qué sospecha. Ojalá siguiera en esta catequesis, algo podríamos tal vez ayudarle a pasar este momento.
ResponderEliminarCuando le vea le trasmitiré vuestros sentimientos.